Hoy le escribí a mi reemplazante. Le avisé que en una semana retomaré mis clases. Ya está terminando el cuatrimestre. Hay un par de temas que quiero dar yo, sí o sí. Hacia una agronomía sustentable se llama el módulo. Ya te conté.
Me citó en el Bonafide[1] de cerca de tu casa. Llegué veinte minutos antes de lo pactado. Los precisaba. No sabía de qué vendría la reunión. Magda solo me había dicho que quería encontrarse conmigo. Tan escueto el mensaje que no me dejó adivinar sus intenciones. Allí fui. Asustada como una paloma ante las piedras de un niño. Pero Magda no era un niño y yo mucho menos una paloma. De última, merecía los piedrazos. Me senté junto a la ventana. La vi llegar, a paso lento. El cuerpo ligeramente inclinado hacia delante. Vencida, pensé. Estaba rubia. Pensé también que la pérdida le había modificado el color. Sin embargo, yo continuaba morena. Entró. Miró, me vio y se sentó. Mis manos sudaban, hacía mucho que no tenía ese síntoma. Culpable. Culpable/Sos la única culpable/Yo te acuso y te maldigo[2]. El mozo, bienaventurado sea, se acercó. Un café pidió ella otro, yo. Y era el tercero. Y una jarrita con leche fría agregó ella, vos bien conocerás sus gustos. Ambas mirábamos el mantel. ¿Cómo murió? preguntó Magda al fin. Un infarto masivo contesté. Sí, eso ya lo sé, me cansé de repetirlo porque es lo único que sé. Aunque ya suponía que debería responder esa pregunta, en los dos días transcurridos desde que había recibido el mail no había podido elaborar una respuesta. La mejor respuesta. La menos dolorosa. Quizá no lo había logrado porque no existía. Ante mi silencio Magda dijo lo único que te exijo es que no me mientas, ya me mintieron bastante. Yo no lograba que mis labios se abrieran. Hasta pensé en levantarme e irme. Vamos por partes dijo ¿dónde murió? Eso era más fácil. En Corrientes y Anchorena. ¿En la calle? No, en un hotel y me obligué a mirarla porque ella era merecedora de mi vergüenza. Claro, por eso estaba sin ropa sus ojos me acribillaron ¿en un albergue transitorio? No, en un hotel. ¿Eso era mejor o peor? me cuestioné. ¿Qué hotel? Tal vez pensó que mentía. El Abasto. Alto hotel, claro repitió a vos no te llevaba a cualquier parte tomó un trago de agua y arremetió ¿desde cuándo estaban? Desde el sábado anterior a la mañana respondí, obediente. Claro y era su muletilla aprovechó mi viaje, me hizo el invento del celular en reparación; yo llamé esa noche a casa y no contestaba nadie, "habrá salido a cenar" pensé como una pelotuda juega con el anillo, la alianza, pienso, tiene solo una, no se puso la de él. ¿Salieron a cenar? continuó el interrogatorio. Negué con la cabeza. ¿No comieron? Pedimos comida contesté. Claro, no querían distraerse. Basta, Magda elevé la voz esto nos está haciendo daño a las dos. ¡¿Quién mierda te crees que sos para decirme lo que me hace bien o mal?! Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me voy informé y comencé a incorporarme. Ella me agarró de la muñeca. Quedate pidió bajando el tono y como yo no detenía mi movimiento agregó por favor.
Anochece. Salgo a la galería. Refrescó. Me agarro los brazos con ambas manos. El sol es un disco rojo. Bello. Imponente. Cuando termina de ocultarse entro. Hoy no hay luna.
[2]"Culpable", canción de Vicentico.