miércoles, 22 de febrero de 2023

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La otra noche, mientras charlaba con mis hermanos, descubrí que ya no quería morirme. Porque muchas veces desde que te fuiste pensé que ya no tenía sentido seguir viviendo. Demasiado dolor. Más de una vez fantaseé con evaporarme. No quise contártelo para no hacerte sentir más culpable. Abrir la llave de gas y dormir el sueño de los justos.  Y hace unas horas me descubrí riendo con mis hermanos, con Camila. Enfermo que come no muere decía la abuela. Y cuando ríe la curación está cercana, agregaría yo. Recuerdo la frase de una novela, no sé cuál, Moriré como nací, sola de hombre.[1] Pero mis manos no están tan vacías. La facultad, mis libros, mis hermanos, mi enorme familia. Quizás escribir de nuevo. Tendré que encontrar la manera de seguir sin vos. Pensaré en ello mañana, en Tara[2], fue la frase final de Scarlett. Mi Tara, La Victorica.

 

Me quedé dormida con la luz encendida. La apago. A través de la ventana veo la luna. Cuernos al oriente, cuarto creciente; cuernos al levante, cuarto menguante me enseñó la abuela. Hay luna creciente, entonces. Pronostican para mañana un hermoso día. 



[1]"Parto sin amor", novela de Yima Santa Cruz.

[2]"Lo que el viento se llevo", película de Victor Fleming (1939), Scarlett O'Hara es su protagonista.

 

lunes, 20 de febrero de 2023

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Me asomo por la ventana. Camila se está bajando de la bicicleta. Me cuesta hacer callar al Negro. Es muy guardián este bicho. Abro la puerta. La chiquilina me da un beso y palmea al perro que le lame la mano y agita la cola. La hago pasar a la cocina. Tengo un escritorio, sin embargo, la vida de campo se desarrolla en la cocina. Deja la mochila sobre la mesa. Mochila de la que va sacando carpetas y libros. ¿Querés tomar algo? ofrezco. ¿Un café puede ser?, mi mamá no me deja tomar café dice riendo. Mientras el agua hierve la observo. Alta, espigada, morocha, los ojos oscuros. Da vueltas alrededor de la mesa. Me acuerdo de esta casa, de la abuela dice bah, de la tatarabuela, tenía como cien años. Noventa y ocho aclaro yo. Nadie me creía que tenía tatarabuela, es que se casaron todas antes de los veinte; yo, ni soñar y de nuevo estalla en carcajadas. ¿En qué año estás? pregunto. En tercero, el mes que viene cumplo quince. Me imagino que te harán una fiesta digo recordando los infinitos festejos a los que fui invitada de sobrinas y sobrinas nietas, a la mayor parte de los cuales no concurrí. Pesadilla. No mueve la cabeza reforzando su dicho yo no quiero, mamá y la abuela están enojadísimas; me quieren embutir en un traje con volados, pero yo ni te lo sueñes, ya les dije que prefiero viajar, no sé si las voy a convencer; para colmo soy la mayor, pobres, tenían mucha ilusión. La mocosa me arranca una sonrisa. Yo era como vos digo mientras pongo las tazas sobre la mesa y un plato con galletitas. ¡Sí!, ¡ya sé!, la abuela no para de decirlo, "¡esta salió como la Mantis!", además me parezco a vos, ¿viste?, mis hermanas son todas rubias. ¿A qué escuela vas? pregunto. Al liceo de San Pedro. ¿Vivís allí? ¡Ni loca!, a mí me gusta el campo; mi viejo me lleva y me trae todos los días, es un capo. Nos ponemos manos a la obra. Magnitudes atómico-moleculares. Munida de la tabla periódica le voy explicando los distintos conceptos: número atómico y número de masa; número de átomos, de moléculas, de moles, número de Avogadro. Capta al instante. Pasa de una unidad a otra como una malabarista. Tenés mucha facilidad para los números le digo. Sí, desde chiquita admite. ¿Qué te gustaría seguir?, porque me imagino que vas a seguir estudiando. ¡Obvio! exclama yo ama de casa no voy a ser, olvidate. ¿Alguna exacta? No, a mí me gusta el campo, ya te dije; voy a seguir agronomía. Vaya con esta chiquilla. Oro en polvo diría la abuela. Porque yo, tía, quiero ser como vos, ¿me vas a ayudar?

 

viernes, 17 de febrero de 2023

66

 


Ya es madrugada. Recién llego. El Negro me esperaba junto a la puerta. Armó un alboroto cuando me vio. Lo dejé pasar. Le das la mano y se toma el codo diría la abuela. Desde la ventana de la cocina veo alejarse el auto de Juani. Lo saludo, aunque sé que no me ve. Voy al baño. Me miro en el espejo mientras me lavo los dientes. Ya no tengo los labios pintados. Me pongo el piyama y me acuesto. Busco el libro. Leo dos hojas y soy incapaz de recordar una palabra. No estoy para Murakami. Lo dejo sobre la mesa de luz. Quisiera volcar sobre papel cada una de las frases de mis hermanos. Me doy cuenta de que siempre los subestimé. A mis hermanas, sobre todo. Me sorprendió la claridad de sus pensamientos. La fluidez de su expresión. Recuerdo una novela que leí hace años, Extraños cotidianos[1]. Eso hemos sido, extraños cotidianos. Quizás exista la posibilidad de empezar a conocerlos. El riesgo de darme a conocer. Ni siquiera saben de mis libros. En su momento me dio vergüenza contarles. Ahora me da miedo que se enojen por haberlos dejado al margen. Afortunadamente nadie preguntó por vos. Conocen solo los títulos. Tal vez me den ganas de ir contándoles. Sin presión. A mi ritmo. Inhalo con profundidad. La caja de mis costillas se expande. Mientras el aire penetra en mis alvéolos experimento algo cercano a la paz.

Me desperté tarde. Estaba desayunando cuando recordé la visita de Camila. Me vestí a las apuradas, hice la cama, lavé los platos y aquí estoy, esperándola. Es una mañana preciosa. El Negro ladra. Seguramente olió a la muchachita. Todavía no la conoce. Yo tampoco.

Cuando estábamos en el hotel me preguntaste si no lamentaba no haber tenido hijos. Me dolió tu pregunta. Pese a la proximidad de nuestras pieles, pese a haber estado dentro de mí, no pudiste asomarte a mi interior. Solo le hubiera brindado mi matriz a un hijo tuyo. Como pedirle a una yegua que geste un ternero. Aun a riesgo de que me reprocharas por enésima vez mi hermetismo me quedé callada. Mi amor y el tuyo no tenían la misma dimensión.



[1]"Extraños cotidianos"", novela de Yima Santa Cruz.

 

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  La otra noche, mientras charlaba con mis hermanos, descubrí que ya no quería morirme. Porque muchas veces desde que te fuiste pensé que ...