miércoles, 2 de noviembre de 2022

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Me hizo bien la visita de Juani. Estuvimos recordando anécdotas de cuando éramos chicos. Hablamos de nuestros padres, de nuestras hermanas, de la abuela. Por primera vez en la vida le pregunté por su matrimonio. Me miró extrañado. Nunca hemos sido afectos a las confesiones. Laura es una buena compañera y una excelente madre, ¿qué más? ¿Qué más? El amor. Me hubiera gustado preguntarle si alguna vez estuvo enamorado. Se habría reído de mí. He conocido pocas personas con tanto sentido práctico como él. Al pan, pan y al vino, vino, otra frase de la abuela. De la nada dijo mamá y papá siempre se llevaron bien. Y después se fue. Ni una pregunta sobre mí. Se lo agradecí.

Releo nuestros mails. Querido Javier: Estoy en un proceso de revisión de mi pasado. Tratando de entenderlo, de entenderme. Hace días que me despierto pensando en vos. Necesito saber por qué dejaste de quererme. Nunca pudiste explicarme la repentina transformación de tus sentimientos. Te preguntarás qué importancia puede tener saberlo, treinta años después. Para mí la tiene. Te mando un beso. Querida Elisa: Pero qué bonita sorpresa. A lo largo de estos años siempre estuve al tanto de tu vida. Menuda carrera la tuya. Me parece que el tema amerita un encuentro. Estoy en San Petersburgo. Vine al nacimiento de mi primer nieto. En cuanto regrese te escribo. Te adelanto que estuve tremendamente enamorado de vos. Amor de mi vida. Me galopa el corazón releyéndote. ¿Cómo explicarte lo que significaron tus palabras entonces para mí? Proceso de revisión de mi pasado. No podía explicarte qué estaba revisando. Ahora tampoco puedo. No todavía.

Antes de lavarme los dientes encendía la computadora. La diferencia horaria impedía que nuestro intercambio se transformara en conversación. Un par de frases cada mañana, no mucho más. Sin embargo, eran mi alimento. Como antes los huevos. Mi néctar.

El parto de tu hija fue complicado. El chiquito en cuidados intensivos. Más de un mes. Nunca un mes me pareció tan largo. Sin embargo, bienvenida la demora. Eso nos permitió ir recuperando el hilo que antaño nos había unido. ¿El hilo rojo?[1]

Salgo a la galería a ver el anochecer. El cielo teñido de rosa. Belleza pura. Ni en mis momentos más oscuros perdí la capacidad de maravillarme con el esplendor de la naturaleza.  Cielo. Tierra. Agua. Árboles. Flores. Pájaros. Todo puesto para mi deleite. Obviarlo sería un verdadero pecado de omisión.

En pocos minutos la temperatura descendiendo. Mi cuerpo tiembla. Entro. Enciendo la hornalla y acerco mis manos. Las observo como si fueran ajenas. La piel rústica. Las uñas cortas. Manos para el trabajo. Abro la heladera. Deposito sobre el inmenso mármol pan, salame, manteca, queso. Qué daría por volver a comer un guiso de mi madre. Coloco un jarro con agua sobre el fuego.



[1]Leyenda oriental que afirma que aquellos que estén unidos por el hilo rojo están destinados a convertirse en almas gemelas.

 

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