LA MANTIS
Mis hermanas eran rubias, ojos celestes, facciones suaves, redondeadas. Armónicas. Yo, cuarta mujer consecutiva, nací sietemesina. Nadie pagaba media moneda por tu suerte me contaba la abuela pasaste el primer mes sobre bolsas de agua caliente, tu madre te daba la leche con un gotero porque no tenías fuerzas ni para chupar. Vivíamos en el campo. La partera había aconsejado llevarme al hospital. Si quiere vivir, vivirá fueron las palabras de mi abuela ante la sugerencia de una incubadora. Y, pese a los vaticinios, sobreviví. Crecí morena, alta, extremadamente flaca, brazos y piernas larguísimos. Parece una mantis dijo un día la abuela allá por mis cinco. Y ese fue mi segundo bautismo. Mi familia ya no volvió a llamarme Elisa. Con la escuela llegaron otros: mamboretá, araña, zancudo. Insectos, todos. Artrópodos en realidad ya que la araña no es un insecto, aprendí luego. Yo no era particularmente fea. Pero me faltaba sustancia. Puro cerebro decía la abuela puro cerebro y ojos. Porque yo aprendía pronto y tenía los ojos grandes. Negros, redondos y muy grandes. Ojos de insecto.
No me gustaba comer. En la mesa al menos. Un incordio manejar mis extremidades infinitas. La Mantis vive del aire decía la abuela cualquier día de estos sale volando. No del aire. Mantenía mi magro esqueleto a base de frutos, que recogía en mi perpetuo vagabundeo por el campo. Y de huevos. Las gallinas ya me conocían. Yo les hablaba y ellas me respondían cacareando. Tenía un alambre adaptado a dichos menesteres. Perforaba con cuidado la cáscara. Con el mismo alambre revolvía el contenido y luego lo sorbía. Tibio aún la más de las veces. Dosis diaria de proteínas asegurada. Mi néctar.
Mis hermanas me ignoraban. Genéticamente diseñadas como hembras, sabían coser, sabían bordar, solo les faltaba saber abrir la puerta para ir a jugar. Porque no sabían jugar, jamás las vi jugar. Es cierto que la menor me llevaba cinco años pero yo nunca dejé de jugar Constituían un bloque. Me costaba diferenciarlas. Carecían de algún rasgo que las distinguiera. Las chicas las nombraban. Un absurdo porque habían nacido adultas.
Mi hermano, tres años menor que yo, duplicó mis colores al nacer (luego de tres blondas damiselas la historia gestacional de mi madre atravesaba su etapa negra) pero pronto me superó en peso. Un gordito puro cachetes. Siempre andábamos juntos. Ahí vienen el gordo y el flaco decía la peonada al vernos pasar. Mi género perdido en la diada. Él también usufructuaba frutos y huevos, pero luego devoraba cuanto le servían en la mesa, precozmente diestro con los cubiertos. Yo trazaba planes y él me seguía. Trepábamos árboles, andábamos en un único caballo a puro pelo, íbamos al pueblo en bicicleta, él sentado sobre el caño. Si le hubiera dicho que se tirara de un precipicio no habría dudado. Pero yo jamás le hubiese hecho daño.
¡Felicitaciones por el comienzo de esta novela!
ResponderBorrarMuchas gracias, primera lectora
BorrarUn privilegio...
BorrarAhora logre contestar!
BorrarFelicidades. Hermoso comienzo. Me encantan los dichos de la abuela. Y como ve LA MANTIS a sus hermanos
ResponderBorrarLa abuela será muy importante
BorrarAyyyyy Yimaaa!!! Me encanta 😍! Ya quiero saber más!!!! 😁😁😁😁
ResponderBorrarQuién sos?
BorrarMuy lindo comienzo. Se perfilan personajes muy interesantes! Gracias Yima por tu escritura😍!
ResponderBorrarBien Yima! Seguiremos espectantes; a ver (leer) que tiene Elisa para contarnos =)
ResponderBorrarPasaron páginas antes de que alguien la llame Elisa
BorrarExcelente Yima! La dosis justa para generar abstinencia de cómo continuará.
ResponderBorrarYa habrá más!
BorrarGeneraste tanta expectativa que la entrega es demasiado corta. Vamos por más! Felicitaciones amiga!
ResponderBorrarGracias, fiel lectora!
BorrarFelicitaciones por esta nueva novela y gracias por compartirla!
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