miércoles, 21 de septiembre de 2022

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Llueve. Estoy en La Victorica y llueve. Sin embargo, más allá del beneficio para la tierra, ahora es triste ver llover. Antes, no. La lluvia reunía a la familia. En la galería en verano. En la cocina en invierno. Mamá y las chicas cosían. Papá leía el diario. La abuela revolvía alguna olla. Mi hermano le pedía comida. Yo le pedía historias. Porque la abuela era una artista contando historias. Si es que algo aprendí del oficio de narrar fue de ella. No diga disparates, doña Clorinda la interrumpía mi padre. Ella desestimaba el comentario con un levantar de hombros y retomaba el relato. Y adecuaba el ritmo de su decir al de la lluvia y el viento. Los truenos imponían pausas que nos dejaban con la respiración suspendida. Y después qué, abuela preguntaba yo cuando la tensión se hacía insoportable. Y como las tormentas eran propicias para historias de muertos y aparecidos esas noches yo no podía dormir. Y no era raro que mi hermano se pasara a mi cama. Yo protestaba solo para simular una fortaleza que estaba muy lejos de mis temblores. Porque vaya si agradecía su contacto. Abrazada a él solía pasar noches en vela. Sin embargo, yo seguía pidiendo historias. Historias. De eso también me alimentaba.

Inmensa. Más allá de ser alta y robusta, mi abuela era inmensa. La figura de mi madre opacada por el esplendor vital de su progenitora. Extraña conjunción de mujeres: una madre  hija, tres hermanas adultas, una abuela inmensa y... la Mantis.  ¿Era yo una mujer?, ¿los insectos tienen género? No lo tenía muy claro en la infancia. Tanto porque era mentada de varonera como por saberme tan distinta de mis hermanas. Más tarde me descubrí fémina en el dolor que el desamor podía causarme. Pero para eso falta. Volvamos a la abuela. Nada ocurría en nuestra casa que se le hurtara. Mi padre, a veces, intentaba confrontarla. Como pretender voltear un águila con una gomera. El campo era de ella. Viuda muy joven se puso al hombro hijos, vacas, cerdos y caballos. Prosperaron más los animales. A los dos hijos varones les dio parte de sus tierras en vida. Herencia adelantada. Con escaso éxito. Recuerdo las frecuentes incursiones de mis tíos. Siempre pedían algo. Siempre quejándose de su mala fortuna. Como si las inundaciones o las sequías asolaran de manera diferente sobre sus campos que sobre los nuestros linderos. Un hato de inservibles eso es lo que son mis hijos, Mantis, como la mayoría de los hombres decía la abuela fíjate bien con quien te casas, mejor sola que mal acompañada. A su única hija, mi madre, le corresponderían las tierras que habitábamos. Mientras tanto también mi padre parecía incluido en sus apreciaciones de género. Aunque no lo criticaba abiertamente, al menos en mi presencia, yo lo tenía clarísimo: era para mi abuela solo un par de brazos más. Una suerte de empleado.

Me encantaba acompañarla a recorrer los corrales. El ojo del amo engorda el ganado repetía mientras repartía indicaciones entre la peonada. Hay generaciones que solo sirven para generar otra me dijo una vez tu madre me ha regalado a ustedes cinco que son como los cinco dedos de mi mano; tus hermanas producirán hermosos niños y Juani manejará La Victorica siguiendo tus instrucciones porque vos, Mantis, tendrás que estudiar; el mundo comienza a serme ajeno, deberás ser la voz del futuro, la responsable de que estas tierras sigan alimentando a los que transporten nuestra sangre, no te olvides...

7 comentarios:

  1. Me gusto la descripcion del dia de lluvia y lo que cada uno hace en ese momento. Veo que la abuela es un personaje denso y de armas llevar. La Mantis es su nieta preferida.

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  2. Ya amo a esta abuela! Espero ansiosa más!

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  3. Comienza a vislumbrarse una abuela protagonista y la Mantis, una mujer diferente.

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  4. Me hace pensar si el sentirse diferente y su abuela serán los pilares para confiar en sí misma

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