viernes, 28 de octubre de 2022

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Te vi. Fui un testigo involuntario pero fiel. Vi como iniciabas tu relación con Magda (en la misma comisión de química que yo, además). Vi como, pese a mis deseos, se sostenía en el tiempo. Tuviste la torpeza (prefiero pensar que no fue maldad) de enviarme una participación del casamiento (tal vez fue ella). Luego (porque la carrera de ustedes fue eterna, yo ya era docente) vi su vientre crecer. Me resulta difícil encontrar las palabras para definir mis sensaciones. Aparentemente no me importaba. Ya mis ojos no lloraban solos por vos. Pero el costo de que no me importara traía emparejado que nada me importara. Muerte emocional. Coma del alma. Solo mi profesión hacía latir mis venas. Y mis libros. Y mis tierras.

A medida que crecía la familia mis responsabilidades se incrementaron. La abuela lo había dejado bien claro allá por mi infancia: vos, Mantis, tendrás que estudiar; el mundo comienza a serme ajeno, deberás ser la voz del futuro, la responsable de que estas tierras sigan alimentando a los que transporten nuestra sangre, no te olvides. Cómo olvidarme si eso era el motor de mi vida. A los veinticinco años me puse al frente de nuestro imperio. Con el imprescindible soporte de Juani. Para ese entonces cada una de mis hermanas tenía su parcela. Más la de mis dos tíos. Más la de Juani. Pero las divisiones eran formales. Un único emprendimiento. Como mi padre para mi abuela, mis cuñados y mis tíos fueron una suerte de empleados para mí. Lo que no hizo prosperar la relación con mis hermanas, por supuesto. Juani no. Juani era, como López para mi abuela, mi mano derecha. Pero era mucho más. Casi un socio. Porque las decisiones últimas siempre las tomaba yo. Una dupla perfecta (el gordo y el flaco). Él bregaba por la permanencia y yo por el cambio. Él ponía coto a mi desmedido deseo de modernidad. Mi cable a tierra. Mi Juani.

Anochece. Hace frío. Enciendo las hornallas. Recuerdo las veladas junto a la estufa de velas. Los cinco peleándonos por estar más cerca. Extendiendo las manos (pulcras las de mis hermanas, sucias las de Juani y mías) llenas de sabañones. El frío del campo no es igual que el de la ciudad. Igual que a los frutales se te mete en la circulación. Xilema y floema. Frío necesario para el esplendor posterior. Uno sabía que el frío era necesario. Así como las lluvias. Inconvenientes imprescindibles. Acostarse tiritando entre las sábanas húmedas hasta que aparecía mamá con las salvadoras bolsas con agua hirviendo. A veces papá aportaba ladrillos calientes. Nos cuidaban, a su modo nos cuidaban. Recuerdo un atardecer que llegué transida de frío de mis andanzas. Los dientes me castañeteaban. Los labios ya azules según los comentarios de mamá. Me envolvieron primero en papel de diario y luego en el quillango de la abuela. Me hicieron tomar un té mientras mamá me masajeaba por arriba de las cobijas. Recuperé pronto los colores, parece, aunque eso atentaba contra mis deseos. Prolongar al infinito  el contacto de las manos de mi madre, prolongar la mirada de mi padre posada sobre mí. Yo, que parecía tan arisca,  me derretía como manteca al sol cuando me daban cariño. En esa época aún sí.

 

6 comentarios:

  1. El papel de la mamá de Mantis no parece sustantivo pero sí lo es. El frío de la Mantis me penetró...

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  2. Me gusto. Muy buena la parte que Mantis dice que su madre la envolvio con el quillango.

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  3. ¡Qué personaje tan intenso La mantis! Excelente!

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