miércoles, 26 de octubre de 2022

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Me recuperé y allí fue cuando, como ya te adelanté, mi cuerpo y mi alma adquirieron la temperatura apropiada para un insecto. Sangre fría. Hemolinfa[1].

Tres hijos. Has tenido tres hijos. Dos mujeres y un varón. Seguramente has plantado un árbol, cómo no con esta profesión,  pero no has escrito un libro. Yo planté cientos de árboles y escribí varios libros. Académicos y de ficción. De los primeros quizá tengas noticias. De los otros, cuando nos reencontramos y me preguntaste si seguía escribiendo, te los hurté. Ya te había descubierto un par de gestos similares a los de antaño al comentarte alguno de mis logros. Siempre te dolió creerme superior a vos. No es una cuestión de niveles: somos de otra raza. Cómo podría yo cotejarme con vos.

Durante seis años me sumergí en el estudio y la escritura. Lo primero que hice fue enviar un cuento a El Ornitorrinco[2]. Me lo aceptaron. Luego otro. Y otro. Me animé entonces a presentar mis cuentos a un concurso del Fondo de las Artes. Obtuve el tercer premio que consistía en la publicación del libro. Por supuesto busqué un seudónimo. No se lo conté a nadie. Soledad Campos.  La enfermedad y el remedio. Dos años después llegó el Premio Emece para mi segundo libro. Tuve problemas con la editorial porque yo no quise ir a la entrega, ni a la Feria del libro, ni dar entrevistas. Una situación suficientemente tensa para que me cerrara el mundo editorial.  Dejé de escribir. Por primera vez desde que había aprendido a hacerlo dejé de escribir. Me cerré en mí misma. Ya se habían acabado el cine, el teatro. Todo lo que había descubierto con vos. En mis ratos libres caminaba. Kilómetros caminaba. Gasté mis zapatos sobre el asfalto de Buenos Aires. Así como de niña recorría el campo y de adolescente, San Pedro. La necesidad de fundirme con el entorno. No con la gente. Con la geografía,  ya rural, ya urbana. No soy un ser social. Soy un ser ambiental. Pero no me malinterpretes, nunca he tenido dificultades para relacionarme con compañeros de estudio o de trabajo. Se me ha dado bien con los alumnos. Me conociste como buena conversadora. Pero no preciso al otro. Tengo autonomía emocional. Tu abandono me enseñó a protegerme. Nunca más depender del amor de otro. Nunca más.

Atravesamos la facultad en tiempos complicados. Y mi proceso personal fue paralelo al político. De la efervescencia de nuestros primeros tiempos compartidos del centro de estudiante y de las asambleas, al congelamiento de mí misma y de las aulas posterior al golpe. Con la diferencia de que mi emocionalidad no resucitó con el advenimiento de la democracia.



[1]Fluido que circula por el interior de algunos invertebrados, equivalente a la sangre.

[2]Revista de literatura creada en 1977. Entre sus redactores estaba Abelardo Castillo.

 

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