Llegué agitada. Seguramente mi aspecto ya no era con el que había salido. Aunque la mona... A la mitad de la cuadra te descubrí: ya estabas en la esquina. Solo con vislumbrar tu silueta se me ablandaron los huesos. Me detuve e intenté regular la respiración. Jadeaba casi. Por lo visto vos también me habías reconocido a la distancia porque levantaste la mano y comenzaste a caminar hacia mí. Dos deseos contrapuestos: escapar y correr hacia vos. No ejecute ninguno. Me colgué una sonrisa y continué la marcha civilizadamente, intentando no tropezarme con los tacos. Vos también sonreías. ¿Para qué te cuento lo que ya sabés?, ¿podrías no acordarte de esos metros, caminando el uno hacia el otro después de treinta años? Instantes mágicos que justifican una existencia. Todo el dolor que me habías generado cobraba sentido en esos segundos que restaban para que nos abrazáramos. Aunque yo aún no sabía que no me ibas a abrazar.
A lo largo de todos esos años yo no había buscado imágenes tuyas por Internet. Quizá prefería quedarme con la de aquel muchacho, único ser en mi historia que había logrado enamorarme. No me alcanzaban los ojos para mirarte, para reconocerlo en tu madurez. El cabello, aunque salpicado de canas en las sienes, continuaba igual. Lacio, negro, espeso. Aunque extrañé el jopo que antes casi ocultaba tu frente. Habías sido muy delgado. La vida te había transformado en un señor, aunque no llegaba a gordo, robusto. Fue un impacto. Pero bastó mirarte de cerca para fundirme en esos ojos idénticos a los de antaño en su fuego, en su luz. Y tu sonrisa. La misma de antes, aunque ahora estaba enmarcada en una cuidada barba. Te quedaba bien la barba. Te aportaba la seguridad, junto con los kilos añadidos, que a tu juventud le faltaba. ¿Te la hago corta? Fue verte y morir nuevamente por vos.
Nos quedamos mirándonos en silencio, sonriendo. Quizá fueron segundos; para mí, una eternidad. Hubiera pagado oro por detener el tiempo. Esos instantes en la vida en los que todo está por ocurrir. No sabemos aún qué y esa ignorancia los hace plurivalentes. En la medida que algo vaya ocurriendo se anula la posibilidad de otros aconteceres. Una palabra dicha confisca a otra que no fue elegida. Momentos de máxima energía potencial. La física que juntos habíamos aprendido nos indicaba que parte de esa energía se transformaría en cinética. Y, aun peor, parte se disiparía. Porque solo en un mundo ideal la energía se conserva.
Observo con extrañeza los víveres sobre la mesada. ¿Yo los dispuse? En el jarro ya no hay agua. Se evaporó. Y no es lo único. Mi vida está poblada de ausencias. Repongo el agua. Como hace unos ¿segundos?, ¿minutos?, ¿horas?, me dispongo a preparar ese café que tanto preciso. El tiempo que utilizamos en pensar no es mensurable. Al menos no con los mismos instrumentos que el tiempo de la acción. El tiempo del miedo. El del insomnio. El de la espera. El de los amaneceres en que nos resistimos a abrir los ojos. Cómo calcular de cuánto tiempo nuestro se adueñaron. Estuve pensando en vos, conversando con vos, el tiempo que tarda en consumirse el agua de un jarro. O más quizá, porque no sé cuánto tiempo estuvo el jarro vacío sobre la hornalla. Vacío. Solo intento conjurar el vacío. Mi vacío. Mi vacío interior.
Preparé finalmente el café. Aquí estoy, nuevamente en la galería. No enciendo las luces. La luna, las estrellas. Hace frío. Más que antes, claro. Mis manos rodean la taza buscando calor. Te extraño demasiado. Tu ausencia espanta el aire. Me lo hurta. Rodeada del aire de mi campo me cuesta respirar. Inspiro profundamente con los ojos cerrados. Trato de no pensar en vos. Ni en vos ni en la abuela. Mi más sentido pésame. Le acompaño el sentimiento. Me duele tu ausencia y me duele la ausencia de la abuela. Cómo duelen.
El amor eterno y la extrema soledad marcan contradictoriamente estos párrafos
ResponderBorrarSoledad generada por ese amor eterno
ResponderBorrarPobre Mantis, tanto refugiarse en su pasado, no puede vivir su presente, aunque no olvide su amor eterno
ResponderBorrarQuedó fijada, no pudo superarlo
ResponderBorrarQué fuerte! Imposible no sentirse identificada con Mantis y ese amor.
ResponderBorrarEl amor ES irracional. Y avanza hasta sobre los más racionales
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