Dormí bien. Me desperté sorprendida de haber dormido bien. ¿Cuánto hacía? La tierra ayuda, siempre me ayuda. Mientras preparo el desayuno suena el celular. Mensaje de Juani. ¿Querés que vaya a almorzar? Sonrío sola. Mi hermanito se siente responsable de mí. Me cuida. ¡Cincuenta años y me cuida mi hermano! ¿Fideos con aceite? le respondo preguntando. Llevo vino informa él, escuetos ambos. Quizás hoy sea un mejor día. Lleno la taza de café, unto el pan con manteca. ¿Te acordás de nuestros desayunos en la facultad? Las bandejas compartimentadas de acero inoxidable. El café con leche (si es que merecía llamarse así), las tostadas frías. Manteca. Dulce. Para nosotros un banquete. El placer de iniciar la mañana al unísono. Tantas veces repasando para el parcialito de turno mientras mordisqueábamos el pan. Todo lo hacíamos con entusiasmo. Un escándalo de juventud. Bullíamos. Ahora, recién ahora, comprendo que también el sexo bullía en vos. No pude acompañarte. Lo lamento. Tanto. Tanto lo lamento.
Qué impacto volver a verte. Un señor de traje levantando la mano. Caminamos uno hacia el otro y nos encontramos demasiado pronto. Mi cuerpo, temblando, esperó un abrazo que no llegó. Perdoname dijiste me pusieron una reunión en el INTA[1] en media hora, acaban de avisarme (¿y el traje, entonces?, pensé). Mi alma se derrumbó al tiempo que mi rabia se elevaba. ¿Me estabas tomando el pelo? ¿Treinta años, más de un mes en aprontes para que me concedieras solo unos minutos? Me hubiera gustado evaporarme. Percibí que mi rostro se estaba desmoronando. Por suerte siempre fui dura para llorar. Enterré la mirada en el piso. Cuando la levanté me topé con unos ojos tan desconsolados como supuse los míos. ¿Serías capaz de acompañarme y esperar a que termine?, no creo que demore mucho. Como un globo al que cargan con helio mi ánimo ascendió. Hecho dije. Sonreíste. Me oprimiste el hombro (temí que mi remera se incendiara) y paraste un taxi. Subimos. Nos sentamos a distancia y te escurriste dentro de tu celular. Ni una mirada. Mis ojos huérfanos recobrando la rabia. Una y otra vez me repetía ¿me está tomando el pelo? Recordaba mi día, mi semana dedicada a prepararme para... ¿esto? y me daban ganas de bajarme del taxi. Hasta puse la mano en la manija cuando el auto se detuvo en un semáforo. Entonces justo llegamos. Me hiciste descender en Tabac[2] y continuaste viaje. ¿Precisás que te cuente cómo me sentí frente al único café? Recordé la frase de la abuela. Afeitada y sin visitas.
¿Qué se elige recordar? De la infinidad de segundos vivenciados, ¿a cuáles rescatamos? ¿Se elige?, ¿se borra lo repetido y lo superfluo?, ¿o lo doloroso? Pienso en mi fiebre. ¿Por qué me despojó de un año de recuerdos?, ¿para qué? Pienso. No puedo dejar de pensar. Mi cerebro es una máquina autopropulsada que nunca se detiene. Necesito detenerla. Alcanzar algo que se semeje a la paz.
Vamos a ver qué pasa. Valiente La mantis
ResponderBorrarAdemás de ser valiente tendrá que ser paciente...
BorrarProfundo su dolor
ResponderBorrarProfundo y laargo
BorrarTendrá que ser paciente mantis...
ResponderBorrarLa Mantis pierde mucho con tanta paciencia. Pierde su vida presente
ResponderBorrarYa la perdió!!
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