Hoy amanecí mejor. Será porque el sol brilla. Desayuné con apetito. Le pedí a José que me preparara la yegua y aquí estoy, esperándola. Ya le avisé al capataz que quiero hablar con él. Observé algunas cosas que no me gustaron. Cuando el gato no está... decía la abuela. Hay cosas que a Juani se le escapan. Él solo no puede con todo. Escucho el relincho de la Colorada. Me calzo las botas. Salgo.
Vi en el diario cuándo y dónde te enterraban. Pero por evitarle más dolores a Magda no fui. Me hubiera gustado abrazar a tus hijos.
Muchas veces me pregunté en esos primeros días cómo habría imaginado Magda que moriste, dónde. Qué versión le habría dado a los suyos. A los tuyos. Difícil lo mío pero aún más difícil lo suyo. Aunque lo más difícil es lo tuyo. Definitivamente. A ambas nos queda la posibilidad de decir basta si no aguantamos más. Vos no elegiste. La vida se te escapó. Mañana digo basta[1] escribió la Bullrich.
Juani, por supuesto, se enteró de mi reunión con el capataz. Apareció dando cualquier excusa. Todos necesitamos sentirnos imprescindibles. Perejil de todo guiso. Le hubiera pellizcado los cachetes. ¿Yo prescindir de Juani? Como prescindir de mi sombra. De mi luz en realidad. Mientras tomábamos mate, de la nada me preguntó ¿quién se va a hacer cargo de La Victorica cuando nosotros no estemos? Me sorprendió, vaya si me sorprendió. Recién habíamos perdido a la abuela, ¿cómo suponer que también nosotros desapareceríamos? ¿Alguno de tus hijos? pregunté. Me miró con algo que no supe discernir si era fastidio o desilusión. ¿Mis hijos?, parece que no los conocieras; bichos de ciudad, no sé qué hice para que odien tanto al campo. Me quedé reflexionando. Quizá sintieron que el campo les robó al papá digo al fin. Juani se encogió de hombros y ladeó la boca. Puede ser, pero gracias a eso pudieron ir a estudiar a Buenos Aires; a veces me parece que se avergüenzan de mí, soy un palurdo; ellos se codean con otro tipo de gente. Me llegó aguda la culpa. Yo también me había avergonzado de la abuela. ¿Y los hijos de las chicas? quise desviar la conversación. Juani sacudió la cabeza. No hay uno que sirva para esto sentenció. Harina de otro costal hubiera dicho la abuela. Y también recordé sus reflexiones sobre las distintas generaciones. ¿Y los sobrinos nietos? pregunté. Tendremos que estar atentos dijo. Y otra vez recurrí a la abuela al pensar y llevar agua para nuestro molino.
Dos semanas después de tu muerte me llegó un mail. Si escuchaste el retumbe de mi corazón al abrirlo te habrás dado cuenta de que era de Magda.
En el lugar donde se siente bien La Mantis es en La Victorica. Sin duda
ResponderBorrarSu lugar en el mundo
BorrarQué dirá ese mail
ResponderBorrarTatan tatan
BorrarChán!.. 😮
ResponderBorrarLo que le faltaba a la Mantis...
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