Me crucé con Juani en el gallinero. Por supuesto, estaba enterado de nuestra reunión. Puso cara de compungido y protestó me dejaron de lado. Aunque lo dijo como broma sé que le dolió, lo conozco bien. Perejil de todo guiso le decía la abuela. Tendremos que hacer una salida de hermanos, los cinco dije sin pensar. Los ojos le brillaron. ¡Eso!, ¡ya me pongo en campaña! exclamó pero nada de cuñados, son todos unos plomos agregó largando la carcajada. Recién me llamó Ana solicitando mi opinión, quieren ir a San Pedro. Me dio ilusión. Me da ilusión.
Doblé toda tu ropa. Por un lado la limpia, por otro la usada. No voy a lavarla. Quiero que conserve tu olor. Me costó que entrara en el bolso. Ocupan mucho espacio los zapatos y el pantalón. Abro el bolsillo del bolso para guardar los artículos de perfumería. Encuentro un paquetito envuelto para regalo. Lo abro. Es un anillo. Lo observo. Es el anillo que me regalaste cuando cumplimos un año de novios. Un anillito de plata. De Belgiorno. Me acuerdo porque me quedaba grande y tuvimos que ir a cambiarlo a la avenida Santa Fe. Te lo devolví, ofuscada, cuando me abandonaste. No lo acompaña una tarjeta. Busco de nuevo en el bolsillo. Nada. Me quedé sin tus palabras. Me lo pongo y recupero entonces la que me escribiste una vida atrás al entregármelo. Siempre.
A la mañana fui a supervisar la construcción de otro corral. Pronto llegarán los nuevos cerdos que compramos. Los postes de quebracho duros, firmes. Brillantes. El alambre grueso, bien tenso. Quedó hermoso. La tarde transcurrió entre mensajes y llamadas. Difícil para cinco ponerse de acuerdo. Cinco hermanos para colmo. Avanzan los planes. Avanzan.
En cuanto amanece, sin haber pegado un ojo, me visto y reviso minuciosamente la habitación. No puedo perder nada. Cierro la puerta cargando tu bolso y el mío. La chica de la recepción nuevamente me dice lo lamento. Si alguna vez creyó que era tu mujer habrá descubierto su error. Las viudas se ocupan de velorios y entierros. Me miro la mano. Siempre.
En esas horas que pasamos juntos, todo el tiempo abrazados, también conversamos mucho. Más del mundo que de nosotros. El tono de nuestras charlas semejaba el de nuestra juventud. Entre las sábanas desfilaron política, economía, literatura, música. Agronomía sustentable. Pesticidas. Fertilizantes. Todo lo que nos había cautivado seguía haciéndolo. Por eso, más allá de la piel, seguíamos cautivándonos. Me sorprende, ahora, recordar cuántas cosas me interesaban. ¿Volverán a interesarme? ¿Lograré alguna vez volver a pensar en algo ajeno a vos?
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