miércoles, 28 de septiembre de 2022

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Amanece sobre mis tierras. Cambié mi charla con vos por un libro que me acompañó varias horas. De mis estantes polvorientos rescaté a Narciso y Goldmundo[1]. Nos recuerdo en la librería. Compraste dos ejemplares y me regalaste uno. El compromiso de leerlos en simultáneo. Fijadas las páginas que nos corresponderían cada noche. Y al día siguiente las letras volcadas en comentarios surgidos de los márgenes llenos de anotaciones. Paso las yemas de los dedos por mi letra de entonces. Tanto más redonda. Abierta. Entraron pronto los libros en mi vida. Irrumpieron. Un rayo amarillo. Los amarillos de Robin Hood[2]. Hubo un concurso de redacción que gané allá por mis siete años. Corazón[3]. Mi mundo dio un vuelco. Los apretados contornos de mi cotidianeidad explotaron. Descubrí que además del campo y el pueblo existía un mundo. Países. Ciudades. Regiones. Calabria, Florencia, Padua, Cerdeña, Lombardía. Supe de su existencia antes que de las provincias argentinas. Por primera vez me planteé si era buena, si los que me rodeaban eran buenos. Quise ser abnegada. Descubrí la culpa. Echada de un paraíso al tiempo que otro se me abría. Descubrí el valor del ahorro. Porque empecé a guardar las monedas para canjearlas por libros. Empecé a suplicar libros. A mi padre, a mi abuela. Un mágico cumpleaños la abuela me regaló el Lo sé todo[4], algo así como una biblia de nuestra época. Seguramente los tuviste. Seguramente los leíste. ¿Por qué nunca hablamos al respecto tanto que compartimos la lectura?, ¿ni en ese territorio queríamos darnos a conocer? Doce tomos encuadernados en cuerina de distintos colores. Si los leo todos seré sabia, decidí. Historia, geografía, arte, mitología. Los Robin Hood me aportaban el mundo de las emociones; la enciclopedia, el del conocimiento. Mi curiosidad no se aplacaba. Como el viento para el fuego. Más leía más quería leer.  Más sabía más necesitaba saber. Pero seguía jugando. Una clara división entre mi cuerpo y mi mente. Cada uno con sus necesidades y sus alegrías.

Fui a buscarla. Sigue en la bibliotequita que especialmente me fabricó papá. Localicé un fragmento señalado en el margen. Ya de niña marcaba. "Las libélulas prestan importantes servicios al hombre, ya que devoran un gran número de insectos, nocivos. Su rapidez elegancia y hermosura de sus alas han inspirado frecuentemente a los poetas. En Francia, a causa de la gracia de su vuelo, se las llama damiselas, mientras los ingleses, considerando la enorme cabeza que les da un aspecto poco agradable, las califican de moscas dragones, y en los países de América del Sur reciben el nombre de caballitos del diablo". Una conmoción descubrir que los insectos podían ser objeto de atención de los poetas. Porque yo era una suerte de insecto. También descubrí que ni el Lo sé todo sabía todo porque nosotros sí las llamábamos libélulas. Libélula nunca me llamaron. Lástima. Hermoso vocablo.



[1]Novela de Herman Hess.

[2]Colección de libros infantiles, Editorial Acme.

[3]Novela de Edmundo De Amicis.

[4]Enciclopedia de Editorial Larousse.

 

6 comentarios:

  1. Excelente relato, me transporto en el tiempo a mi juventud, navegue por la coleccion ROBIN HOOD y la enciclopedia LO SE TODO. Recuerdo a mi padre cuando decia:"estas aburrida, lee el diccionario"

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  2. Creo que LA MANTIS, a pesar que le gusta la vida en el campo. Manifiesta un deseo de salir de esa vida.

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