Más allá de los faroles, yo solo veía a mi padre fuerte, hábil y poderoso, arriba de ruedas. Él nos llevaba al colegio en el Rastrojero. Rojo. En verano me gustaba viajar en la caja. Cuando me depositaba frente a la escuela el primoroso delantal almidonado por mi madre tenía una pátina de tierra. Juani prefería sentarse junto a él. ¿Hambre paterna? Me daba rabia (celos, quizá) que mi compañía pasara a segundo lugar. Creo que Juani buscaba desesperadamente posicionarse en esa casa regida por mi abuela. Escucho hablar de los estragos del patriarcado. Mi familia parece haber estado a la vera de la historia. Regreso a mi padre. Papá cobraba altura al rodar. Él manejaba el tractor. Me encantaba cuando me dejaba subir con él. Recuerdo cundo trajeron el famoso Pampa[1]. Orgullo de la industria nacional. Orgullo de mi padre. Orgullo de la abuela. Envidia de los vecinos. Poco duró la gloria y mucho las deudas. Una página negra en las inversiones familiares. Después vinieron otros. A la abuela no se la detenía fácilmente. Me disperso. Quería hablarte de mi padre. Aunque no tengo mucho que decir. Jamás me castigó. Aunque eso parecía ser parte de sus fallas. De él heredé los colores. Nada más. Creo que su función paterna concluyó al aportar el esperma. Yo no existía para él. Para niñas guapas, las chicas. Para varón, el Juani. Tuvieron que pasar muchos años y varios títulos para que me descubriera.
Difícil transcurrir sin un propósito. Regresé a La Victorica por la abuela, pero aún estoy aquí. Necesito rescatarme. Rescatar la que fui. Esa niña a la que no le alcanzaba el tiempo para hacer todo lo que quería hacer. La vida hirviendo en la sangre, en la yema de los dedos. En las piernas larguiruchas. Langosta saltona. De ese apelativo surgido también de mi abuela me había olvidado. Más insectos. Los fui todos. Porque no caminaba. Andaba a los saltos. Casi ingrávida. También me han llamado, recuerdo ahora, hormiguita viajera[2]. Siempre atareada. Deambulando. El diminutivo incluye una ternura que no acierto a adjudicar. Porque la gente de campo no es afecta a las ternezas ni conoce los personajes de Vigil. ¿Quién me diría hormiguita?, ¿alguna maestra?, ¿tendría yo algún vestido a lunares rojos? Me pierdo en tonterías.
Voraz surge la necesidad de haberte conocido. ¿Tu madre era cariñosa con vos?, ¿tu padre exigente?, ¿qué mandatos recibiste?, ¿tenías amigos?, ¿a qué jugabas? Las preguntas demoradas suelen quedar sin respuesta. Jugar. Rayuela trazada con un palo sobre la tierra o con tiza sobre el patio del colegio. Con mis compañeras saltar a la soga o al elástico, que arrancaba en los tobillos y terminaba en la cintura, cambiar figuritas de brillantes. Con mi hermano jugaba a la payana, el rito de encontrar las cinco piedritas lisas y perfectas, tomarlas de a una, de a dos, de a cuatro, luego el tanteo. Juani era un campeón con sus manos tan gorditas como diestras. Pero mucho jugaba sola. Me encantaba recortar. Vivía a bordo de tijeras. Recortaba de diarios y revistas artículos varios con los que armaba un almacén de ramos generales. Horas podía venderme a mí misma porque a Juani en eso no lograba convocarlo. Para un cumpleaños una amiga me regaló un libro con muñequitas de papel. Felicidad pura. Un desafío para la motricidad fina recortar las aletas sin romperlas. También a eso destiné parte de mis ahorros, pero era difícil conseguirlas en el pueblo. La abuela alguna vez le encargó a alguien que viajaba a Buenos Aires. Se me llena la boca de saliva mientras recuerdo. Fruición. Disfrute. Deleite.
[1]Primer tractor de fabricación nacional, 1954.
[2]"La hormiguita viajera", relato infantil de Constancio C. Vigil.
Muy lindos recuerdos de su infancia. Los juegos inolvidables: payana, elastico, rayuela y las figuritas de brillantes, son juegos que reviven la infancia. La abuela, personabe muy presente en la vida de LA MANTIS
ResponderBorrarNos divertíamos con tan poco!
ResponderBorrarEl sonido de la palabra "primoroso" y la hermosa acción de rescatarse y recuperar esa "vida hirviendo en la sangre". Un "deleite" sin lugar a dudas.
ResponderBorrarMuchas gracias, cazadora!
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