lunes, 10 de octubre de 2022

10

 


Mi tía abuela vivía sobre Carlos Pellegrini, una de las calles principales de San Pedro. Una casita de cocina minúscula, avaro comedor y dos dormitorios a tono. Patio de tres por tres. Tortuga por único ser viviente. Porque mi tía era viuda. Los hijos, ya casados, vivían en Buenos Aires. El cambio fue fenomenal. Mi tía, además, era muy menuda y callada. No hubo remedo físico ni espiritual de su hermana. Pobre tía, era buena conmigo pero nunca llegué a quererla. La hice culpable de todo lo que me habían arrebatado. Claro que quería seguir estudiando, pero yo suplicaba que me dejaran hacer el secundario libre, rendir exámenes. Prometía el oro y el moro. Luego suplicaba que me vinieran a buscar todos los días, que me dejaran viajar. Yo propuse la bicicleta porque era impensable estacionar mi caballo en el patiecito de la tía. Fueron implacables. La abuela fue implacable. Mantis, ya lo sabés, vos tenés que estudiar; y más vale que te acostumbrés a San Pedro porque lo próximo será Buenos Aires. Trece años recién cumplidos, qué podía hacer yo más allá de replegarme. Me faltaba mi familia, claro, pero sobre todo me faltaban la tierra, los animales, como la cocaína al drogadicto. Malestar en el cuerpo. Falta de aire. Frío. Calor. En la escuela pronto me destaqué. Si antes estudiaba ahora esa era la única manera de sentirme viva. Más allá de mis notas, pasaba tan inadvertida que ni siquiera generé animosidades. Recién a mediados de año comencé a hablar con una compañera, Alicia, tan desterrada como yo. No mucho más que cruzar unas cuantas palabras. Ella era la única que me decía Elisa. Para el resto era solo un apellido.

Mi cuerpo se había estabilizado. El delantal blanco abotonado adelante, amplio, me permitía silenciar mis redondeces, inmersas en mi perpetua delgadez. El cutis había mejorado. El cabello atado. Mi paleta oscura. Nada de llamar la atención. Como decía la abuela, solo el cerebro. El cerebro y los ojos. Recuerdo una de tus primeras cartas. Ojos de hurí turca decías como los de las protagonistas de Allan Poe. Varias líneas dedicadas a mis cejas, mis pestañas. La primera vez en la vida que me sentí bella. Mujer. Qué notable, la abuela, desde la hora cero, supo descubrir lo mejor de mí.

Iba al colegio a la mañana. A la una almorzaba con mi tía y luego comenzaba la agonía. Cómo llenar mis horas. De esa época data el esqueleto de alguno de mis mejores cuentos. Me llevó meses convencer a mi abuela de que convenciera a mi tía para que me dejara salir. Cuando logré mi objetivo, el panorama se alivió. Recuerdo la primera tarde que me fue concedida la libertad condicional. Salí corriendo. Casi me pisa un auto en la primera esquina. Creo que me guió el olor porque un incalculable tiempo después, recorrido en trance, había llegado al río. El Paraná, supe después. Algo en mi esqueleto recuperó su eje. Saucesceibos, espinillos. Claveles del aire entremezclados. Lo conocido en lo distinto. Me enamoré de esas barrancas.

Caminé, caminé y caminé. Troté, corrí. Galopé. Ese día y los subsiguientes. Todos. Estudiaba al lado del río. Mis carpetas rebozadas en arena. Arrancando la siesta metía mis útiles y mi cuadernito Gloria en un bolsito y allá iba. Regresaba a las dieciocho, límite infranqueable. Cenábamos a las ocho. Mi tía era una cocinera esforzada, pero poco dotada. Igual la comida nunca fue lo mío. Sí los olores. Extrañaba las fragancias que mamá arrancaba de las ollas. Casi un dolor físico. Saudades.

Mi padre me buscaba los sábados. A las siete yo ya estaba preparada pero el rastrojero no solía aparecer antes de las diez. Me consumía en la espera. Después, cuando el tiempo lo permitía, saltaba a la caja. Necesitaba aire, afuera, tierra volando sobre mí. A veces venía con Juani. Pero él seguía, firme, sentado junto a papá. Ya arribados volvíamos a ser, por el breve espacio de dos días, el gordo y el flaco.

 

4 comentarios:

  1. Me gusto el relato. Y su alegria cuando su padre viene a buscarla. LA MANTIS espera ansiosa el fin de semana para volver a sus raices

    ResponderBorrar
  2. ¡Qué bueno poder escuchar "La Mantis", además de leerla! Cambio de vida y nostalgia de su lugar.

    ResponderBorrar

68

  La otra noche, mientras charlaba con mis hermanos, descubrí que ya no quería morirme. Porque muchas veces desde que te fuiste pensé que ...