Todo transcurrió sin mayores altibajos hasta mis primeras vacaciones. El último día de clase (llevé la bandera, por supuesto, mi enorme sorpresa al ver bajar a la abuela del rastrojero) me invadió una felicidad tan grande que creía levitar. Como Ulises regresando a Ítaca. Ya había transcurrido casi un mes en el que, como decía la abuela, el alma me había vuelto al cuerpo. Una prima mía, por el lado de mi padre, se casaba. La ceremonia y la reunión serían en San Pedro. Hacía semanas que la familia se iba en aprontes: mi mamá y mis hermanas cosiendo a cuatro manos, primores. A mí no podría haberme interesado menos. De todos modos me presté a dejarme rodear por telas, alfileres y centímetros. Era tal mi estado de bienestar que amaba al mundo, todos incluidos. Un par de días antes mi abuela tuvo un cólico. Me imagino ahora que sería la vesícula ya que años después, cuando accedió a ir al médico, terminó operada. Encontré mi oportunidad: ofrecí quedarme acompañándola. Más allá de que igual lo hubiera hecho era una excelente excusa para librarme de volados, fiestas y bailes. Partieron antes del mediodía. Cuando regresaron, ya de madrugada, me encontraron volando de fiebre. Nunca se llegó a un diagnóstico preciso (no tuvieron más remedio que convocar al médico). Me cuentan que estuve en un delirio más de dos semanas. Me fui recuperando pero la fiebre se llevó muchos de mis escasos kilos y todos los conocimientos adquiridos durante el último año. Tábula rasa[1]. También el recuerdo de ese día. Tampoco la abuela, recluida en su cuarto, supo dar información de cómo había empezado todo. Pasé el resto del verano estudiando. Introduciendo a presión cuanto se había evaporado. Números, letras, fechas, coordenadas. Para principios de marzo yo era otra vez una enciclopedia. El Lo sé todo. La información deleteada pudo recuperarse. Pero algo me había sucedido en el cuerpo. Hasta se me retiró el período, durante meses. Algo muy profundo.
A partir de ese momento, cada vez que regresaba al campo, la abuela se transformaba en mi sombra. Parecía sentirse culpable de lo ocurrido. Como si el hecho de que ella me hubiera retenido hubiera provocado mi enfermedad. La escuché decir en alguna de las muchas noches en vela a mi lado poniéndome paños fríos en la frente si a la Mantis le pasa algo yo no voy a poder seguir viviendo.
Cómo cotejar mi oscuro liceo sampedrino con tu ilustre Nacional Buenos Aires. En nuestras charlas me sacabas chispas en historia y en filosofía. Sin embargo parecía una fatalidad que yo siempre terminara superándote en los exámenes. Jamás estuvo en mi mira competir con vos, tan inalcanzable me parecías. Muchas veces, intentaba acompasarme a tu ritmo cuando resolvíamos juntos ejercicios de matemática, de física, de química. Pero me impacientaba y no lograba ralentizarme. Me daba cuenta de que te molestaba. Vos sí te medías conmigo. No entendías que para mí vos eras un semidiós. Qué importancia podía darle yo a mis recursos naturales. A medida que charlo con vos reflexiono. Muchas fueron las cosas que conspiraron contra nuestro vínculo. Nosotros mismos.
Poco a poco fui adaptándome. Otra no me quedaba. Los años fueron transcurriendo. A Alicia se sumó Carmen. Un oscuro trío de muchachitas rurales. Caminatas por la barranca, alguna tarde de cine. No nos invitaban a las fiestas de quince y a mí, al menos, no me importaba. Quizás a ellas, pienso ahora, sí. Miraban de reojo a uno u otro de los pibes que surcaban la plaza cargando libros. Seguramente se hacían confidencias que yo, con mi displicencia, refractaba. Los hombres eran especímenes ajenos a mi transcurrir. No los precisaba. Ingenuamente suponía que mi inmunidad sería permanente. Grabada a fuego la voz de la abuela: más vale sola que mal acompañada. ¿Me acompañaste mal? No. El problema surgió cuando dejaste de acompañarme.
[1]Teoría que propone que los individuos nacen co la mente "vacía". Se remonta a Aristóteles aunque el concepto fue popularizado por Locke (1632-1704)
El "más vale sola que mal acompañada" de la abuela, tremendo vaticinio que suelen ejercer sobre nuestras personas los seres queridos.
ResponderBorrarTremendo
BorrarMuy buena entrega. La abuela siempre muy presente en la vida de la Mantis
ResponderBorrarEs la formadora de la vida de la Mantis
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