viernes, 21 de octubre de 2022

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Me fui a Santa Lucía en bicicleta. Compré pan, queso, jamón, aceite de oliva, fideos. Yerba. Aunque no me gusta tomar mate sola. Nunca me gustó. Raro en alguien que hizo de la soledad su compañía. Cuando estaba en San Pedro no tomé un mate hasta que llegó Juani. El pueblo creció, pero sigue igual. Tantas caras conocidas. Varios se acercaron. La acompaño en el sentimiento. Tuve que reprimir una sonrisa. ¿Acompañarme?  Quién puede asomarse a mis sentimientos. Solo vos podrías. Ya se hizo de noche. Pongo agua a hervir. Le echo sal gruesa. Sal gruesa había. La sal no se echa a perder. La sal no.

Dos almas gemelas. Frase trillada si las hay. Eso éramos. Eso decían los que nos rodeaban que éramos. Brotaban al mismo tiempo las mismas palabras de nuestros labios. Hasta, como en Rayuela, llegamos a soñar lo mismo. Yo tenía la certeza de que el destino te tenía reservado desde mi arribo a este mundo para completarme. Hasta llegué a pensar que había nacido sietemesina para que pudiéramos ingresar al mismo tiempo a la universidad. Nací en junio. Dos meses que me adelantaron un año escolar. Yo me acoplé a tu séquito de conocidos. Por primera vez en mi vida formé parte de un grupo. Casi todos hombres. Tus amigos. Tus amigos del Nacional. Tanto más interesantes que nuestros compañeros de agronomía. Otro mundo se abrió ante mí. Aprendía con todos los poros. Un Lo sé todo viviente. No lo había sabido todo. Actualidad, política, economía. Complementado mi sabiduría de otras eras. Una época de gloria. Breve pero gloriosa.

Y, como la carroza trocada en calabaza, llegó una medianoche en que me dejaste. Te la recuerdo. Ojalá pudiera al hacerlo lograr que ese recuerdo se desvaneciera de mis huesos. Habíamos ido al cine. Bergman. Veíamos mucho Bergman. En el Arte, en el Lorraine, en el Loire. Gritos y susurros[1]. Habíamos tomado luego un café. Estabas muy callado, algo extraño en tu permanente verborragia. Siempre volvíamos en colectivo pero propusiste un taxi. Nos bajamos frente a la pensión pero le dijiste al hombre que esperara. Mirabas el piso. Empecé a angustiarme. Inquirí. Me parece que ya no te quiero dijiste. Así, de golpe. En el cine me habías besado. Habías deslizado tu mano hacia mi muslo y yo, con un gran esfuerzo de mi voluntad, no me había resistido. El día anterior habíamos hecho planes para un futuro viaje al sur. Me parece que ya no te quiero. Se me aflojaron las rodillas. Mejor me voy dijiste lo charlamos mañana. Me besaste en la mejilla y subiste al taxi. Quedé apoyada en la pared por un tiempo infinito. Hasta que se acercó un caminante trasnochado y me preguntó si estaba bien. No, no estaba bien. Nunca más volví a estar bien.



[1]Película de Ingmar Bergman (1972)

 

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