¿Cómo se mide el tiempo? No siempre el número de giros de las distintas agujas se corresponde con nuestra percepción del mismo. Nunca me gustaron los relojes digitales. Un tiempo plano. El tiempo que resta para un hito, una meta, una marca solo puede calcularse mirando el ángulo que falta barrer. Cada aguja, además, responde a distintos estados de ánimo. La horaria es la de las grandes causas. Va despacio. Uno no la ve moverse. Pero avanza. Es la de los procesos lentos. Más asociada a la profundidad, a la serenidad. Es la de la esperanza. Todo puede suceder aún. Es la aguja del futuro. El minutero es el presente. Si la observamos con atención, con minuciosidad podemos percibir su sutil desplazamiento. Pero no es una condena, aun nos depara opciones. Antes de que avance una rayita todavía podemos accionar. Antes de que se desplace una rayita nos permite caminar una cuadra a paso vivo. El minutero es la más afín a mis ritmos endógenos. El segundero... El segundero es la aguja de la ansiedad. El tiempo que se nos escurre, la vida que se nos escapa. Implacable. Imparable. Una hora y media te esperé. Como nunca me imaginé que la aguja corta estaría involucrada te aguardé testeando de a ratos el minutero, de a otros, cuando mi angustia crecía, me monté al frenético ritmo del segundero. No podía dejar de mirar la esfera del reloj. Una atracción hipnótica y desesperante. Me fui poniendo plazos. En diez minutos me voy. Plazos que renovaba en cuanto se cumplían. Espero hasta y cuarto. Cuarto que se transformó en media. Fueron dos los cafés. Pero todos míos. Mientras tanto, para conjurar la explosiva mezcla de rabia y angustia que me trepaba desde las vísceras, busqué en mi cartera la libreta que nunca me falta y comencé a garrapatear letras. Al principio mi mirada oscilaba entre la hoja y el reloj, pero de a poco las palabras me ganaron. Mi gran recurso. En infinita espiral hacia el centro arrollada/ descansa/la parcela de mí por vos creada.//Bella durmiente de eternos veinte/por dos veces quince preservada./Mas caduca la pócima/ Las pestañas se agitan tras los ojos./Despierta, la joven, cual Lázaro. Y anda/.Se asoma al espejo que ya no contesta/Solo le muestra un rostro que adelanta./Cómo reconocerse/si ella permanece/igual de frágil/igual de núbil/igual de ascética/igual de...La presión de tus manos en mis hombros me arrancó un grito. Fuerte. Tanto que las miradas tornaron hacia mí. Un súbito calor en las mejillas. En acto reflejo cerré la libreta. Nunca te entregué esas líneas. Perdón pediste (no entendí ni te pregunté si por la tardanza o por el susto). Te sentaste frente a mí, sonriendo. Sonrisa irresistible, al menos para mí. La rabia acumulada se fue derritiendo como el hielo en un vaso puesto al sol. El mozo se acercó. Desestimando las tazas que el hombre retiró pediste dos cafés sin siquiera consultarme. Nada más apartado de mis deseos que otro café pero callé solo anticipándome al placer de ver los dos pocillos juntos. Como antes. Como cuántas infinitas veces. Perdoname pediste y ahora sí clarificaste el motivo no pude zafar antes, justo hoy la reunión duró el triple que lo habitual. Yo quedé retenida en el justo hoy. Hoy. ¿Era, entonces, un día especial también para vos? Nos clavamos las miradas en silencio. Sonriendo vos. Yo todavía sin lograrlo. Acá estamos dijiste al fin. Me hubiera gustado preguntarte cómo estábamos. Oscilando yo entre el temor y la gloria. Ganando el miedo. Pavor. Pavor de sufrir nuevamente. Llegaron los cafés. Miraste de reojo el reloj. Mi corazón sufrió un revés. ¿De cuánto tiempo disponés? fueron mis primeras palabras. No mucho contestaste mientras bajabas la mirada. ¿Me está tomando el pelo?, me dije por enésima vez. Enojada, ya francamente enojada, hostil la voz, te pregunté ¿por qué estás acá? Ante la circunferencia agrandada de tus ojos agregué ¿tenías ganas de verme? Me contestaste Tengo miedo de verte/necesidad de verte/esperanza de verte/desazones de verte//tengo ganas de hallarte/preocupación de hallarte/certidumbre de hallarte/.[1].. A la altura de tu urgencia de oírte apreté los párpados. Como si solo cerrando el cofre de mí misma pudiera lograr que los trozos de mi corazón que estallaban y que yo sentía chocar contra mis huesos se acumularan en mis pupilas hasta encontrar las tuyas. Me hubiera gustado ralentar tu decir que yo acompañaba desde mi memoria incólume. No quería que llegara el final. Pero no tuve suerte y pronunciaste el temido viceversa. Momento en que sentí tu mano en mis mejillas. Momento en que recién descubrí que estabas enjugando mis lágrimas. ¿La Mantis llorando? Eso no tendría que haber sucedido. Regresando el pavor. Tu celular sonó. Abandonaste mi rostro y yo abrí los ojos. Vi tu ceño fruncido. Tu apuro en informar me tengo que ir, no sé cómo pedirte perdón. ¿Trabajo? logré murmurar. Magda dijiste pescó uno de tus mails y enloqueció; aunque no puedas creerlo durante estos treinta años has formado parte de muchas conversaciones conyugales; siempre tuvo una obsesión con vos dijiste al tiempo que llamabas al mozo. ¿Sabe que estás conmigo? pregunté. No, pero sí dónde estoy yo. ¿Cómo? pregunté, azorada. Me rastreó el celular bajaste la mirada para agregar estoy tan avergonzado, Elisa. Me incorporé, aturdida mientras vos pedías dame otra oportunidad. Me encogí de hombros. Ya sabés cómo localizarme dije no te hace falta el GPS. Salí. Con mi pollera roja, mis uñas pintadas, mis sandalias de taco y mi vergüenza. Mi enorme y profunda vergüenza.
Un primer encuentro dramático...
ResponderBorrarNo se lo merecía!
ResponderBorrarPobre Mantis. Para otro reencuentro que no vaya. O que vaya y le haga lo mismo.
ResponderBorrarNo quiero ni pensar cómo hubieras reaccionado vos. Le tirás una plancha por la cabeza!
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