Vino Juani. Según lo prometido trajo vino. Tinto, por supuesto. Y pan. Almorzamos charlando sobre la próxima cosecha. Sobre el café junté coraje y le pregunté si se acordaba de cuando yo había estado enferma. Me miró asombrado. Muchas veces estuviste enferma contestó muchas veces estuvimos juntos enfermos, la varicela, el sarampión... Lo interrumpí. No, Juani, cuando tuve tanta fiebre. Hizo un gesto extraño. La abuela no me dejaba que hablara con vos dijo yo tenía mucho miedo, creí que te ibas a morir; solo permitía que te mirara desde la puerta cuando estabas dormida. Después cambió rápidamente de tema. Un nuevo pesticida, los repuestos para el tractor, el precio del gasoil. Por lo visto mi enfermedad fue algo entre la abuela y yo. Y ella bien se ocupó de que así fuera.
Pasó una semana hasta que tuve noticias tuyas. Semana en que se me hizo difícil seguir transitando por la vida. Respirar. Tenía que ir al campo pero no me quería alejar por si vos me llamabas. Me costó un perú no tomar la iniciativa porque añoraba tu presencia como un adicto deprivado. Cuando comenzaba a escribirte recordaba la humillación a que me habías sometido y lograba doblegar mi impulso. Controlaba mi casilla de correo a cada rato. Verificaba que funcionara Internet. Hasta que apareció tu hola, Elisa, necesito verte. Solo eso y mi resentimiento volando por el aire. La sonrisa tomando mi cara. Necesito. Vaya con el verbo que habías elegido. Esas bombas que lanzabas de las cuales luego no podías hacerte cargo. Amor de mi vida.
Recién entonces intercambiamos los números de celular. Acordamos encontrarnos al día siguiente. Suspendí (sin comunicártelo, obvio) una reunión con el agrimensor. En un acto de rebeldía (¿ante quién?, estúpida rebeldía, quizá solo un conjuro para cambiar la suerte) me calcé un jean, una remera, mis zapatillas preferidas y partí hacia vos.
Me llamó Ana. mi hermana mayor. ¿Estás bien? me preguntó. Sí, respondí gracias y no efectué la repregunta. Qué notable, la abuela había sido tan abuela mía como suya, sin embargo, en todos había notado un trato preferencial hacia mí. Los de afuera (los de mi afuera cercano, claro) habían percibido que yo era especial para la abuela. ¿Desde siempre?, ¿desde que las dos habíamos quedado solas? Solas pero juntas. Juntas y solas. Eras la luz de sus ojos. Su razón de vivir. Mi más sentido pésame.
La abuela... 😢
ResponderBorrarhay amores que matan...
BorrarAmor de mi vida. No debe haber confesión más honda...
ResponderBorrarCreo que no. Qué más se puede pretender al final de una vida
BorrarMe mató la respuesta: los versos de Benedetti, en ese contexto, a mí también se me hubiera aflojado todo como a Mantis
ResponderBorrarLa desarmó y después se fue!
ResponderBorrarSiempre para una abuela, hay un nieto preferido.
ResponderBorrarY eso a veces es un costo más que una ventaja
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