Me citaste en un Martínez[1] sobre Las Heras. No te pregunté ni me pregunté por qué allí. Cuando llegué, a la hora exacta, no estabas. Ya no me gustó. Venía muy golpeada del encuentro anterior. Del desencuentro, en realidad. ¡Qué desencuentro! /, ¡Si hasta Dios está lejano!/ Llorás por dentro/ Todo es cruento todo es vil.[2] Con media hora de atraso, cuando mi desconcierto superaba a mi enojo, apareciste. Perdón pediste. Como si ya estuviera establecido que siempre te tendría que perdonar. Y cuando te disponías a explicar los motivos te detuve levantando una mano. Qué importancia podía tener para mí saber qué, quién había estado por delante de mí. De sobra sabes que eres la primera/que no miento si juro que daría/ por ti la vida entera/ por ti la vida entera./ Y sin embargo cada día/ ya ves/ te engañaría con cualquiera/ te cambiaría por cualquiera[3]. Estúpidamente estos versos sonaban dentro de mí. ¿Amor de mi vida? El enojo repuntando. Te cambiaria por cualquiera. ¿Magda ya no te controla? fue mi incisivo saludo. Saqué mi GPS contestaste hurtando mi mirada. Mi constitutivo sentido práctico me hizo averiguar ¿cuánto tiempo tenés para mí? Sonreíste. Por Dios, qué sonrisa. Me tomaste las manos. Con sorpresa recibí el efecto cintura hacia abajo. Hasta las dieciocho soy todo tuyo. Tus ojos en los míos multiplicando el previo impacto. ¿Almorzamos? propusiste. Sin esperar mi respuesta llamaste al mozo. Reiterado recuerdo, vos llamando al mozo. Pagaste. Salimos. Absurdamente dócil la Mantis.
Salgo a recorrer el campo. Pedí que me ensillaran la Colorada. Me gusta andar mis tierras, Nunca me siento tan plena. Poderosa. En La Victorica todo funciona como un reloj. A lo largo de los años, más allá de algunas decepciones, hemos logrado tener un plantel de lujo. Juani sabe cómo manejar a la gente. Siempre lo supo. Hubiera sido un buen gerente de Recursos Humanos. Habilidad innata en él. Si hasta conmigo ha sabido relacionarse. La Mantis arisca por naturaleza (¿qué pócima aplicaste conmigo?). Juani me cuenta que la peonada me tiene miedo. Buenos Aires, de alguna manera, ha dejado marca sobre mí. Mi tono de voz, la cadencia de mis decires no son los de ellos. Juaní sí. Juani se mantiene autóctono. Se reconocen en él. Y le admiran su capacidad de trabajo. Sé que también admiran la mía. Dignos nietos, ambos, de la abuela. De pronto tengo un impulso. Enfilo la Colorada hacia el campo de Ana. Porque sí.
Nunca había comido en Puerto Madero. Sí había caminado junto al río, claro. Lo mío es caminar no comer. Vive del aire decía la abuela. La pulsión a la acción transformando en fastidio el tiempo invertido en una comida formal. Mi plato vacío cuando los otros aún no han comenzado. Y luego alfileres en la silla. Pero con vos era distinto. Siempre fue distinto. Porque estar con vos se constituía en una acción. El taxi, otra vez, nos condujo en las antípodas. Intenté que mi precario estado de ánimo no se derrumbara. Hasta las dieciocho soy todo tuyo, me repetía a mí misma sin terminar de creérmelo. Me encontré sentada frente al río ante más copas y platos de los que sabía manejar. Adónde fueres haz lo que vieres era otro de los dichos de la abuela. Pedí exactamente lo mismo que vos. Por suerte no elegiste naranja como postre. Con cuchillo y tenedor.
[1]Cadena de cafeterías.
[2]"Desencuentro", tango de Osvaldo Berlingieri, Ernesto Baffa y Roberto Goyeneche.
[3]"Sin embargo", Canción de Joaquín Sabina.
Deseados e inútiles encuentros...
ResponderBorrarTendrá que tener mucha paciencia...
ResponderBorrarCómo maquina esa cabecita
ResponderBorrarCreo Mantis no disfruta de esos encuentros
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