Mi hermana se acercó secándose las manos en el delantal. Un gesto tan de mi madre. De nuestra madre. Si la abuela me había pertenecido a mí en mayor proporción no podía decir lo mismo de mi madre. Más vale todo lo contrario. Yo no había heredado ese gesto. Estaba fuera de mi repertorio. Ana me hizo pasar. Parecía turbada. Decliné su ofrecimiento de mate. Me cuesta compartirlo con extraños. ¿Mi hermana extraña? Le acepté un café. Todo su accionar entre las hornallas me recordó a mamá. Una vez que nos sentamos ante las tazas el silencio comenzó a pesar. Me arrepentí de estar ahí. ¿Cómo estás? repitió su pregunta telefónica. Yo, que había ido sin propósitos, al menos conscientes, me encontré respondiendo vacía. Ni a Juani se lo hubiera confesado. La sorpresa en los ojos de mi hermana era un reflejo de mi propia sorpresa. ¿La Mantis mencionando sus estados de ánimo? Actitud ajena a mí. Yo también la extraño dijo ella ayer cuando me encontré sintiendo que me faltaba algo llevó sus manos al centro del pecho pensé en vos, por eso te llamé. Me hubiera gustado confesarle que mi vacío tenía dos responsables, pero cómo hablarle de vos. ¿Habría conocido ella el amor? Pensé en mi cuñado burdo, tosco. Un buen hombre lo había calificado mamá. ¿Alcanzaba para entregarle la vida? Ana prácticamente no había salido del campo. Algunas visitas a San Pedro. Buenos Aires lo conoció cuando me recibí. Su vida agotada en criar niños (cinco tuvo), lavar ropa y cuidar gallinas. La miré con atención, quizá por primera vez. Estaba cercana a los sesenta. Una linda mujer todavía, parecida a mamá. Rellena sin ser gorda. El pelo aún rubio fuerte, abundante. Recordé la espléndida cabellera de mamá. Una expresión relajada. Tal vez había sido feliz en lo que yo consideraba un cautiverio. ¿Cómo estás? volvió a preguntarme ¿vas a quedarte sola en tamaña casa?, la abuela siempre decía que seguía viviendo por vos, que no podía dejarte sola. Mi enorme sorpresa al comprobar que la abuela le había hecho confesiones. La abuela tampoco había sido solo mía. De sobra sabes que eres la primera[1]. Todavía no sé contesté luego de varios segundos y capturaba recién mis pensamientos al tiempo que los enunciaba pero creo que sí. Contá con nosotros, estamos para lo que precises ofreció en un plural que vaya a saber a quién involucraba. Gracias solo atiné a decir. Lo menos que podríamos hacer después de tantos años de recibir tu ayuda. Ya francamente azorada ante la primera notificación en décadas de que mi esfuerzo había sido observado y valorado. La irrupción de mi sobrina mayor con sus tres chicos me liberó de responderle. En instantes la cocina se llenó de vida. Como antes la nuestra.
No podía convencerme de que era la dueña de mi suerte. Te tenía allí, frente a mí, ¿a mi disposición? Todo tuyo. Pese a mi estado de beatitud en ningún momento perdí de vista que a las dieciocho la carroza se convertiría en calabaza. Un único propósito: disfrutar cada instante. Aproveché el almuerzo para acribillarte a preguntas. Quería saber todo sobre vos. Desfilaron ante mis signos de interrogación tu trabajo, tus padres, tus hijos. En cuanto intentabas tomar vos la iniciativa encontraba la manera de virar el rumbo del interrogatorio. No estaba dispuesta a despilfarrar ni un minuto del encuentro (¿habría otros?) hablando sobre mí. Yo sabía todo sobre mí. Además, más allá de lo laboral, lo académico y la escritura, no me sentía satisfecha de mi vida. ¿Qué podía contarte? ¿Que vos sí habías sido el único amor de mi vida? ¿Que no conocía otro hombre que vos? Vergüenza tenía. Vergüenza tengo. Durante mucho tiempo te consideré culpable de mi ostracismo. Luego de décadas reconocí que había algo que estaba dañado en mí. ¿Genéticamente dañado? Por eso no había podido, como infinidad de mujeres sí, reponerme del abandono. De tu abandono.
Mi hermana tiene nietos. Catorce. Mi hermana mayor tiene cinco hijos y catorce nietos. Vos, tres hijos y un nieto. Yo no tengo nada. Nada humano. Solo muchísimas hectáreas y plantaciones y animales y diplomas y libros. Me faltó solo un rubro en el mandato de José Martí.
El contraste entre la hermana y la Mantis y sus pensamientos durante el encuentro.
ResponderBorrarPlanteo de ambas decisionesde vida como si fueran incompatibles
ResponderBorrarPobre Mantis, no pudo rehacer su vida. Muy diferentes las hermanas. Creo que Mantis siente envidia por la vida de su hermana.
ResponderBorrarDe alguna manera, si. Está muy sola.
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