lunes, 28 de noviembre de 2022

31

 


Dejo la yegua en el corral y entro a la casa. La cocina está fría. Enciendo las hornallas. Me siento frente a la mesa. Es obsceno su tamaño. Lapidaria medida de mi soledad. Me llega la pregunta de mi hermana ¿vas a vivir sola en tamaña casa? Me pregunto yo, cuál es mi hogar. ¿Mi austero departamento de Buenos Aires?, ¿esta casa? Más allá de los dieciocho ¿tuve algún hogar? ¿Qué quiero de mi vida?, ¿seguir dando clases?, ¿seguir capitaneando el campo?, ¿volver a escribir? La enorme tentación de dejar todo, de vender todo y mandarme mudar. ¿Adónde? Cualquier destino cabría en mis posibilidades económicas. Instalarme en París, en Chicago o en Nairobi. ¿Qué haría allí?, ¿con quién? Porque el destino otra vez nos apartó. ¿Por qué? ¿Arrastro el karma de la soledad de vidas pasadas? Enojada conmigo misma me levanto. Apoyo la frente en el vidrio. Si tú no estás aquí, no sé/ qué diablos hago amándote[1]. Anochece. El sol se oculta sobre La Victorica. Un globo rojo.

 

Amanecí congestionada. Me duele la cabeza. Pensaba, pienso, que tal vez me refugio en estas conversaciones con vos para intentar obviar la muerte de la abuela. La sucesión de las pérdidas. No pude recuperarme de la tuya (cómo recuperarme) cuando sobrevino la de la abuela. Demasiado para mí. Se fue como vivió, autónoma. Más de noventa y se arreglaba sola. Me arrepiento ahora de haberla dejado tanto sola. Se murió sola. Mientras dormía. Tuvo suerte, ella detestaba los hospitales, quién no. La encontró Adriana cuando vino a traerle unas cosas que le había encargado del pueblo. Mi teléfono sonó a las ocho y veinte. Lo recuerdo bien porque al leer el nombre de mi hermana mi corazón dio un brinco. Nada bueno estaría sucediendo para que Ana me llamara tan temprano. Se murió la abuela informó sin decir ni hola. Imposible, pensé, la abuela no me puede hacer esto. Huérfana de toda orfandad. Mis padres, mi abuela, vos. La culpa de sufrir menos por ellos que por vos.

 

No necesito que me pidas perdón, lo que necesito es que me comprendas dijiste con la voz entrecortada ¿entendés lo que te estoy diciendo?, ¿me entendés? Está desesperado, pensé. Hubiera necesitado abrazarte fuerte porque mi cuerpo te entendió antes que mi mente que tanto se resistía a renunciar a su lugar de víctima. ¿Qué hacemos con esto, Javier? te pregunté. ¿Qué es esto? me presionaste. Inspiré hondo. Esto es que yo te quiero y vos, aparentemente, también. ¿Aparentemente? tu rabia renaciendo te confieso mi martirio de años ¿y vos decís aparentemente? Yo no lograba creerte pero como percibí lo finito del hilo reformulé esto es que yo te quiero y vos me querés. Repetilo exigiste necesito escucharlo de nuevo. Está desesperado, volví a pensar mientras obedecía. Yo te quiero y vos me querés. Se te llenaron los ojos de lágrimas. Entonces fue tuya la pregunta ¿qué vamos a hacer? Me encogí de hombros. No dependía de mí. No te puedo perder de nuevo dijiste. Tu celular sonó. Magda informaste soltándome. Esta vez me paré yo. Me voy dije no resisto más. Y era cierto. Tus ojos se abrieron de par en par. El teléfono volvió a sonar. Supongo que atendiste, pero yo ya no estaba.



[1]"Si tú no estás aquí", canción de Rosana.

 

6 comentarios:

68

  La otra noche, mientras charlaba con mis hermanos, descubrí que ya no quería morirme. Porque muchas veces desde que te fuiste pensé que ...