viernes, 30 de diciembre de 2022

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Mocosa de mierda dice mirá lo que me hiciste hacer, la culpa es tuya. Un rayo de luna ilumina la escena. Lo veo parado frente a mí, subiéndose los pantalones. Una furia intensa me invade. Me incorporo y lo empujo. Trastabilla. Cae. Me insulta. Cuando logra pararse lo empujo de nuevo. Todo está oscuro. Escucho un grito. Luego el ruido de un cuerpo cayendo y un golpe. Mi linterna dónde habrá quedado. Recuerdo que siempre hay una colgada en la entrada. La Manchada grita también. Me deslizo con cuidado hasta la puerta. La linterna, por suerte, está allí. La enciendo. Ilumino el pozo. Contra el fondo, López. No se mueve.

Me veo corriendo en la noche, la ropa desgarrada. Corriendo hacia la casa. Entrando en la casa vacía. Corriendo al cuarto de la abuela. Gritando ¡abuela!

En el cuarto está encendido el farol. La abuela se sienta en la cama. ¿Qué pasó? pregunta. Levantate exijo lo mate a López. La mirada de la abuela se posa sobre mis piernas. Están chorreadas de sangre. ¡Por Dios! gime y se levanta.

Yo corro con la linterna. La abuela, unos metros atrás, lleva el farol. La espero en la  tranquera del establo. Después de lo que me parece una eternidad, llega. Entramos. Ilumino a la Colorada. Un ternero la acompaña. Blanco. La abuela se acerca al pozo y con la luz del farol comprueba mis dichos. La escalera está puesta. Bajemos me ordena. Primero ella, con mucho cuidado; luego, yo. López está despatarrado en el suelo. De la cabeza le brota sangre. La abuela se arrodilla y le toma el pulso. Sí, está muerto dictamina. Traeme un trapo mojado ordena. Subo. Como no quiero regresar a la casa rasgo un trozo de mi camisón y lo mojo en el bebedero de los animales. No quiero mirarme las piernas, ahora desnudas. Bajo. La abuela rebusca entre el pantalón abierto y limpia lo que encuentra. Cuando termina abotona la bragueta. Estaba borracho por suerte dice la abuela. Después subimos. Que no quede nada tuyo aquí me indica y yo me acuerdo de la linterna de papá. La busco entre la paja y la encuentro. La enciendo. Funciona. La Colorada parió son mis primeras palabras. La abuela se acerca al ternero. Es un macho informa. Salimos.

Caminamos hacia la casa a paso vivo, en absoluto silencio salvo el chistido de la abuela al Vasco que se acerca a saludar meneando la cola. Cuando llegamos la abuela entra al baño y deja la puerta abierta. Yo la sigo. Enciende el calefón de alcohol. Me ordena que me desnude. A mí me da vergüenza, pero obedezco. Pone el tachón debajo de la canilla y lo llena. Metete dice. Me siento. Al contacto con el agua brota de mí un tremendo ardor. Se me escapa un grito. La abuela me pone la mano en la cabeza. Ay, Mantis dice. Después con infinita suavidad pasa la esponja por todo mi cuerpo. Se demora entre las piernas. Me duele, pero me la aguanto. El agua caliente me reconforta. Me libera de la mugre, del olor. La abuela me seca con un toallón y trae ropa limpia. Por suerte ya no sangro. Andá a acostarte indica. Escucho sus pasos en la cocina. Regresa con un jarro y con la enema. Es jugo de limón me explica lo único que falta es que te embaraces. Carga la enema. Me pone una toalla debajo de los muslos. Cerrá los ojos y abrí las piernas ordena. Siento el líquido ácido quemándome por dentro. Las lágrimas corren por mis mejillas. Ay, Mantis repite la abuela cada tanto. Cuando termina me arropa y me dice escuchame bien, todo esto no pasó, nunca te levantaste de la cama. Yo asiento con la cabeza. ¿Y el camisón? pregunto. Ya lo quemé, ya quemé todo. Después, lo que nunca, me da un beso en la mejilla y sale. Me quedo a oscuras. No pasó nada, me digo. Nada, repito. Nada de nada.

miércoles, 28 de diciembre de 2022

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Ya somos cuatro: Ana, Juani, vos y yo. A medida que lo oculto se va haciendo visible experimento una suerte de alivio. Ya está. Recuerdo la película Secretos y mentiras[1]. Ya está dice el protagonista lo dije y el sol sigue saliendo. Juani no me miro con repugnancia, Ana me abrazó. Cuánto necesitaría tu abrazo.

Le conté, le conté todo. Con lujo de detalles. Ana esperó que terminara y dijo no supe protegerte. Después se agarró la cabeza entre las manos. No entiendo reclamé. A mí casi me pasa lo mismo; una noche, tendría unos trece años, salí como vos, en camisón, a buscar un libro que me había olvidado en el gallinero; López me acorraló, empezó a decirme guarangadas y a manosearme; yo grité, grité tanto que apareció  Adriana; agarró un rebenque y empezó a darle hasta que me soltó, no sé de dónde sacó las fuerzas, era una nena; fuimos corriendo para la casa y nos metimos en la cama, juramos no contárselo a nadie; yo, por vergüenza; ella, por miedo a que la retaran; desde ese momento jamás volvimos a salir de noche; a Marisa tampoco la dejábamos; "los hombres son como los lobos", decía la abuela "de noche aúllan"; a mis hijas no te explico cómo las cuidé; todavía, vieja como estoy, en cuanto oscurece me meto en la casa; a vos, Mantis, no supe protegerte cebó otro mate y me lo tendió me querés creer que nunca más hablé con Adriana de lo que había pasado; esta es la primera vez que se lo cuento a alguien.

Mis recuerdos concluyen cuando corro hacia la casa gritando ¡abuela! ¿Qué pasó después? Revisé el cuarto de la abuela exhaustivamente. No encontré nada. Y ya no tengo a quién preguntar. La noción de ser un iceberg. Más lo escondido que lo visible. La paz alcanzada cubriéndose de desazón. Las paredes me ahogan. Salgo. Mis pasos me llevan al establo viejo. Ya solo se usa de depósito. Entro. Remuevo con el pie la paja del piso. Mis botas chocan con una tabla. Busco un palo, hago palanca y consigo removerla. El agujero ante mí. Entonces, recuerdo.

Necesito tranquilizarme. No sé qué hacer para tranquilizarme. No sé qué hacer. Me asusta mi taquicardia. Me duele el pecho. Necesito ayuda. Por un instante pienso en llamar a Ana. Pero si la llamo le tendré que contar. Y esto sí que no se lo puedo contar. Ni a ella ni a nadie. Quizás a vos. Cuando me tranquilice quizás a vos. Me tiro sobre la cama y cierro los ojos. Intento relajarme. Inspirar. Exhalar. Inspirar. Exhalar.



[1]"Secretos y mentiras", película de Mike Leigh (1996)

 

lunes, 26 de diciembre de 2022

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No le avisé que iría porque, en realidad, había decidido no ir. Sin embargo, subí a la Colorada pensando en recorrer las nuevas plantaciones de soja y terminé en las afueras de su casa. Cuando me di cuenta taconeé a mi yegua para retroceder, pero Ana ya me había visto. Me hizo señas y no tuve más remedio que apearme. Até a la Colorada en el palenque. Mi hermana arrastraba una bolsa. La ayudé a cargarla y entramos juntas en el gallinero. Mientras llenaba los comederos Ana me contó que el marido no andaba bien. De nuevo la presión dijo. Raro sentirme partícipe de su cotidianeidad: el maíz, la confidencia. Luego nos dirigimos a la cocina. Me ofreció mate y acepté.

Entre bizcochos de grasa y bombilla saco el tema de mi fiebre. ¿Otra vez? dice fastidiada. Empezamos mal. Seguramente está ansiosa por compartir sus actuales preocupaciones. Hago caso omiso a su resistencia y decido evitar los rodeos. ¿Te acordás de López? pregunto otra vez, ya se me están agotando los hermanos. Hace un gesto extraño con los hombros. Como si hubiera sido habitada por un repentino escalofrío. Es solo una décima de segundo enseguida pregunta ¿cuál López? El peón aclaro nuestro peón. Era más que un peón dice López era la mano derecha de la abuela; y la izquierda de papá, era zurdo papá, ¿te acordás? Ana habla sin mirarme. Está incómoda, pienso. Pero no puedo soltarla. ¿Sabés cómo murió? Se rompió la cabeza contesta. La boca entrecerrada, escupiendo las palabras, ajena a todo tipo de compasión. Me llama la atención. Luego sí me mira. Y a vos, después de miles de años, ¿por qué te importa? Me importa contesto. Y como calla agrego es muy importante para mí. Los ojos de Ana se abren como platos. ¿Por qué? insiste. Teneme paciencia pido y, en un impulso, le agarro la mano. ¿Cómo se rompió la cabeza? insisto. Había como un sótano en el establo, se accedía por un agujero en el que se apoyaba una escalera que se ponía y sacaba, no sé si te acordás; después del accidente lo tapiaron. Me había olvidado, pero de pronto lo recuerdo con claridad. Juani y yo solíamos escondernos allí, se guardaba el alimento para los animales. ¿Se cayó por el agujero? retomo la charla. Asiente con la cabeza. Se lo merecía murmura. ¿Por qué lo decís? Era un borracho contesta con desprecio. ¿Cómo, entonces, fue la mano derecha de la abuela? Viste como es la peonada, se emborrachan solo los fines de semana. Es cierto. Hombres solos en su mayoría. Frío, calor. Dura la vida del campo. ¿Cuándo se cayó? Ana me clava la mirada. ¿Qué andás buscando, Mantis? Mi historia le contesto sin tiempo a pensar. ¿Y qué tiene que ver López con tu historia? Teneme paciencia repito y también repito ¿cuándo se cayó? Un sábado a la noche, habíamos ido todos a un casamiento; al día siguiente lo encontraron muerto en el sótano; vino la policía y todo. Estoy a punto de agregar que Marisa ya me contó, pero callo. La noche en que comenzó mi fiebre agrego más para mí que para ella. Es cierto dice nunca relacioné las dos fechas. Quisiera contarle que Marisa sí los relacionó, pero nuevamente callo. Ana se estruja las manos. Está alterada, pienso. Nos quedamos en silencio un largo rato hasta que Ana arquea las cejas. Tanto que se le arruga la frente. ¿Te hizo algo? No entiendo digo, pero sí entiendo. ¿López te hizo algo? repite. Entonces soy yo la que entierra la mirada en el piso. Mantis, ¿te hizo algo? Un sollozo brota de alguna parte desconocida de mí. Mi hermana se acerca y me abraza.

 

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  La otra noche, mientras charlaba con mis hermanos, descubrí que ya no quería morirme. Porque muchas veces desde que te fuiste pensé que ...