Mocosa de mierda dice mirá lo que me hiciste hacer, la culpa es tuya. Un rayo de luna ilumina la escena. Lo veo parado frente a mí, subiéndose los pantalones. Una furia intensa me invade. Me incorporo y lo empujo. Trastabilla. Cae. Me insulta. Cuando logra pararse lo empujo de nuevo. Todo está oscuro. Escucho un grito. Luego el ruido de un cuerpo cayendo y un golpe. Mi linterna dónde habrá quedado. Recuerdo que siempre hay una colgada en la entrada. La Manchada grita también. Me deslizo con cuidado hasta la puerta. La linterna, por suerte, está allí. La enciendo. Ilumino el pozo. Contra el fondo, López. No se mueve.
Me veo corriendo en la noche, la ropa desgarrada. Corriendo hacia la casa. Entrando en la casa vacía. Corriendo al cuarto de la abuela. Gritando ¡abuela!
En el cuarto está encendido el farol. La abuela se sienta en la cama. ¿Qué pasó? pregunta. Levantate exijo lo mate a López. La mirada de la abuela se posa sobre mis piernas. Están chorreadas de sangre. ¡Por Dios! gime y se levanta.
Yo corro con la linterna. La abuela, unos metros atrás, lleva el farol. La espero en la tranquera del establo. Después de lo que me parece una eternidad, llega. Entramos. Ilumino a la Colorada. Un ternero la acompaña. Blanco. La abuela se acerca al pozo y con la luz del farol comprueba mis dichos. La escalera está puesta. Bajemos me ordena. Primero ella, con mucho cuidado; luego, yo. López está despatarrado en el suelo. De la cabeza le brota sangre. La abuela se arrodilla y le toma el pulso. Sí, está muerto dictamina. Traeme un trapo mojado ordena. Subo. Como no quiero regresar a la casa rasgo un trozo de mi camisón y lo mojo en el bebedero de los animales. No quiero mirarme las piernas, ahora desnudas. Bajo. La abuela rebusca entre el pantalón abierto y limpia lo que encuentra. Cuando termina abotona la bragueta. Estaba borracho por suerte dice la abuela. Después subimos. Que no quede nada tuyo aquí me indica y yo me acuerdo de la linterna de papá. La busco entre la paja y la encuentro. La enciendo. Funciona. La Colorada parió son mis primeras palabras. La abuela se acerca al ternero. Es un macho informa. Salimos.
Caminamos hacia la casa a paso vivo, en absoluto silencio salvo el chistido de la abuela al Vasco que se acerca a saludar meneando la cola. Cuando llegamos la abuela entra al baño y deja la puerta abierta. Yo la sigo. Enciende el calefón de alcohol. Me ordena que me desnude. A mí me da vergüenza, pero obedezco. Pone el tachón debajo de la canilla y lo llena. Metete dice. Me siento. Al contacto con el agua brota de mí un tremendo ardor. Se me escapa un grito. La abuela me pone la mano en la cabeza. Ay, Mantis dice. Después con infinita suavidad pasa la esponja por todo mi cuerpo. Se demora entre las piernas. Me duele, pero me la aguanto. El agua caliente me reconforta. Me libera de la mugre, del olor. La abuela me seca con un toallón y trae ropa limpia. Por suerte ya no sangro. Andá a acostarte indica. Escucho sus pasos en la cocina. Regresa con un jarro y con la enema. Es jugo de limón me explica lo único que falta es que te embaraces. Carga la enema. Me pone una toalla debajo de los muslos. Cerrá los ojos y abrí las piernas ordena. Siento el líquido ácido quemándome por dentro. Las lágrimas corren por mis mejillas. Ay, Mantis repite la abuela cada tanto. Cuando termina me arropa y me dice escuchame bien, todo esto no pasó, nunca te levantaste de la cama. Yo asiento con la cabeza. ¿Y el camisón? pregunto. Ya lo quemé, ya quemé todo. Después, lo que nunca, me da un beso en la mejilla y sale. Me quedo a oscuras. No pasó nada, me digo. Nada, repito. Nada de nada.
Pobrecita La Mantis. Lo que tuvo que sufrir y borrar de su memoria...
ResponderBorrarAl menos llegó a conocer la verdad
BorrarAy, me mató! Terrible el relato del proceder de la abuela y los detalles. Sentí el dolor y el ardor de la mantis. De verdad, conmovedor. Me tapé la boca del impacto al leer la escena.
ResponderBorrarSabés cuánto valoro tu opinión
Borrar