viernes, 2 de diciembre de 2022

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Cuarenta y ocho horas. Fácil es decirlo, difícil soportarlo. Cuando ya no sabía qué hacer con el manojo de sensaciones encontradas que se habían apoderado de mi cuerpo y de mi alma llegó el demorado mensaje. Tengo el fin de semana libre, ya te explicaré, ¿cuento con vos?  Ahogándome con mi propia saliva contesté . Trataba de imaginarme tus propósitos cuando preguntaste ¿reservo un hotel? Otra vez se me aflojaron las rodillas. Me senté en el suelo. ¿Cómo transmitirte mi huracán interior? No sé cuántos minutos permanecí inmóvil intentando escribirte porque repreguntaste ¿y? Solo logré tipiar otro . Temí que llegaran tus merecidos reproches por mi parquedad pero solo me llegó un OK, te aviso. Era jueves. Otras cuarenta y ocho por delante.

 

¿Habría entendido bien? A la tarde fui a la facultad porque temí perder la cordura en la espera. Presencié la clase en la cual era reemplazada. Me sorprendió el buen nivel de mi adjunta. Evidentemente no somos imprescindibles. Necesitaba llenar mi viernes. Luego de meditarlo largo rato, decidí repetir el ritual inicial: peluquería, depiladora, ropa interior, ¿camisón? La ocasión pareciera ameritarlo. Pareciera. Aún no me convencía de que fuera a ser real. El diablo podía meter la cola. Magda. Qué absurdo. Magda transformada en verdugo cuando en realidad podía pensarla como víctima. ¿Víctima? Te había tenido treinta años. Había parido tres hijos tuyos. No era una víctima. Ni mucho menos. Ahora me tocabas a mí. Me tocaba una porción de tu vida. Un bocado al menos.

 

El viernes a la tarde, cuando mi ansiedad ya era extrema llegó tu mensaje. ¿Te parece bien desayunar a las nueve en el Pertutti[1] de Corrientes y Anchorena? El hotel queda a metros, podemos ingresar recién a las diez. Sonreí sola. ¡Era cierto! Allí estaré fue mi respuesta. Cualquier comunicación desde ahora que sea por mail. Ya te explicaré. Cuántas cosas deberías explicarme. Decidí no alterarme. Ya me explicarías. Tenía otras preocupaciones. ¿Qué ropa llevar?, ¿habrías planificado salidas? Me tomó casi una hora armar el bolso más pequeño que encontré. Me preparé un sándwich que comí en la cama. Apagué la luz pensando que pronto me dormiría, porque  estaba agotada. Sin embargo el sueño fue remiso.  Terminé el libro que tenía entre manos. Me dormí recién a las tres.

 

Me bajé del subte diez menos cuarto. Caminé lentamente hacia Pertutti. Retrocedí hasta el subte y luego invertí la dirección. Te descubrí en la esquina. Con un bolsito en bandolera. Jean, sweater. Así no te había visto aún. Parecías el que alguna vez había sido mío. El milagro de existir/El instinto de buscar/La fortuna de encontrar.[2] Caminé hacia vos y vos caminaste hacia mí. Como el primer día. La ilusión de vislumbrar/El placer de coincidir. Pero esta vez sí me abrazaste. El temor a reincidir. Qué linda estás me dijiste. Tres palabras retrocediendo los años, haciéndome sentir joven, vital, linda. Sí, linda. El orgullo de gustar. Mientras tomábamos café y unas medialunas exquisitas me contaste. Magda había viajado a Rosario la noche anterior, su hermana cumplía años. Vos simulaste (y otra vez tu capacidad de engaño) la batería agotada de tu celular. Te lo entregarían recién el lunes. Es un estratega, pensé, cuidadito. Pero luego fue un profundo alivio saber que, por una vez, el destino del encuentro, mi propio destino, no dependería de una llamada inoportuna.  Un enorme alivio. Estaba desdoblada. Una parte de mí charlaba con vos, otra me miraba de lejos. Como si estuviera sentada al mismo tiempo que me observaba desde detrás de una cámara lejana. Protagonista y testigo. Muy extraño. Entre risas y palabras se hicieron la diez. Vamos indicaste.



[1]Cadena de confiterías.

[2]Estos versos y los siguientes pertenecen a la canción de Joan Manuel Serrat "Y el amor".

 

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