No era un albergue transitorio. Un hotel. Lo suponía, pero no tenía la certeza. Y vaya con el hotel. Me impactó el gran hall. Nos pidieron los documentos. Una suerte de unión civil, pensé y luego pensé, Mantis, estás en peligro, recuperá tu cordura. Subimos en el ascensor. Tercer piso, habitación 15, mi número de la suerte. La precisarás, me dije. Tal vez hablaba a solas porque vos estabas mudo. ¿Se habrá arrepentido?, me cuestioné. Te costó abrir la puerta. La mano te temblaba. Está nervioso, él también está nervioso, pensé. Entramos. Más allá de la enorme cama, una mesa, dos silloncitos, una lámpara. Un hogar, decidí. Depositamos los bolsos al unísono en el suelo, a nuestros pies. Qué necesidad de abrazarte dijiste mientras me oprimías fuerte contra vos. Luego me besaste. Las manos sobre los botones. La emoción de desnudar. Mis prendas cayendo de a una, muellemente, silenciosas, sobre la alfombra. Te alejaste unos ¿centímetros?, al metro no llegaba, y soporté, turbada, que me recorrieras completa con la mirada. Qué linda estás repetiste. Mi corazón tan desbocado que temí morir. Cerré los ojos. No te vas a quedar toda la mañana así dijiste ante mi completa inmovilidad. Me sentía una estatua. Hubiera querido convertirme en estatua. No tenés trece años, me dije y no fue una cifra apropiada porque el miedo se redobló. De la mano me llevaste a la cama. Ya acostados, escondí la cabeza en tu pecho. Me acariciaste el cabello. Y descubrir despacio el juego. Luego tus manos descendieron por mi espalda. El rito de acariciar/prendiendo fuego. Un incalculable tiempo después susurraste no puedo más y me sonó como un pedido de permiso. Regresó mi miedo disuelto provisoriamente con tus caricias. Cerré los ojos y asentí con la cabeza. Vos en mí. La delicia de encajar. Yo permitiendo que entraras en mí. Yo disfrutando de sentirte en mí. Y abandonarse. Mi historia, por fin, sanada. El alivio de estallar/Y derramarse.
Soy incapaz, luego de contar qué ocurrió antes, qué después. Vorágine. Lo más fuerte: verte sobre mí, ver tus ojos, el amor que destilaban tus ojos, estabas como iluminado. Y el amor/ El amor/El amor. Cenamos en el cuarto, desnudos. Comí desnuda por primera vez. Entreabriste la puerta para recibir la bandeja. Comí con hambre voraz. Vos también. Después fue un reinicio hasta caer rendidos (inconcebible un camisón). Despertar. Reincidir. Desayunar. Reincidir. Hasta que llegó la tarde. Con la sombra del cuento de hadas que se acababa hicimos otra vez el amor. Cómo suponer que sería la última vez.
No! La última vez no!
ResponderBorrarAl menos se le dio!
ResponderBorrarBravo, se le dio. Pero es triste pensar que sera la ultima vez
ResponderBorrarAl menos lo vivió una vez!
BorrarNoooo!!!!! La última vez!!
ResponderBorrarLos versos de El amor nunca mejor empleados!!